Testimonio: ¿cuáles son tus prioridades?

Llevaba unos años trabajando con Luis Palau. Y era todo un honor. Yo había sido honrado con el cargo de Director de Medios Masivos. Llegar a un país para predicar el Evangelio era el preludio de varios días apasionantes, con mucha adrenalina. Es que, a diferencia de lo que mucha gente creía, que la visita del gran evangelista a una nación significaban dos o tres noches de predicaciones masivas y el regreso, la tarea a desarrollar era mucho más amplia y el impacto era mucho mayor.

 

Palau le hablaba –y le predicaba- al presidente de la nación, les hablaba de Cristo a los senadores y diputados, a la cúpula más alta de las fuerzas armadas, a los soldados, a los jueces y miembros de la justicia, a los niños y a los matrimonios. Para estos últimos se rentaba un hotel espacioso donde pudieran tener cabida, en una cena, centenares de parejas. Y luego las cruzadas masivas en los estadios más grandes de esos países.
 
Es decir que les compartía de Cristo a todos los estamentos de la sociedad. Como se puede apreciar, era realmente un altísimo privilegio ser parte del equipo de este gran hombre de Dios al que todos deseaban escuchar.
 
 
Dicho esto, quiero compartirles lo que me sucedió al regreso de uno de esos viajes. Cuando llegué al Aeropuerto de Ezeiza, en Buenos Aires, Hilda y nuestras tres niñas pequeñas, Juliana, María José y María Victoria (se llevan siete u ocho años entre cada una de ellas. No doy precisiones porque, como todos los hombres, no conozco muy bien esos detalles de los años) me esperaban.
 
Recuerdo que en ese viaje la línea aérea, KLM, me extravió la maleta, que al mes recuperó. Esa es otra historia que contaré algún día.
Cuando me encuentro con Hilda y las nenas, la mayor, rompió a llorar desconsoladamente. ¡Julianita! ¿Por qué lloras si papá acaba de llegar?, fueron las palabras de Hilda. Y la respuesta de la nena, contundente, dolorosa, cambiaría gran parte de mi destino. Ella dijo: “Si, acaba de llegar, pero mañana se va de nuevo”.
 
 
En el viaje hacia casa, en el auto, le pregunté a Hilda: “Vos nunca me has hablado de lo que sienten las nenas de mis viajes, ahora te pido que me digas la verdad, aunque duela: ¿me extrañan mucho?” La respuesta me produjo un gran dolor: “Nunca quise cargarte con este tema -me respondió Hilda- pero te extrañan tanto que muchas veces tuve miedo que se enfermaran por eso”.
 
Como toda reacción les dije: “Ustedes no se imaginan cuánto las amo chiquitas y cuánto las extrañaba en cada viaje”. Y les aseguré allí mismo: “Ya nunca más van a derramar una lágrima por mis ausencias”.
 
 
Al día siguiente, luego de orar con Hilda y las nenas, ya estaba escribiendo una carta a Luis para renunciar a ese trabajo y para explicarle lo vivido en el aeropuerto. “Te quisiéramos tener siempre con nosotros Marcelo, pero hasta me hace feliz que disfrutes a tu familia”, decía un párrafo de la hermosa carta que recibí de Palau.
 
Aquel trabajo fue un mimo de Dios, pero esa determinación de renunciar también fue una guía amorosa del mismo Dios.
 
 
Me había quedado sin trabajo, pero Dios se encargó de ese asunto rápidamente y puso en mi corazón fundar el inolvidable Periódico El Puente.
Gracias Julianita por ese llanto...
 
Por Marcelo Laffitte
 

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