Testimonio: ¿cuál será tu legado como madre?

Con mi madre teníamos una relación maravillosa. Con cada uno de sus actos se había ganado plenamente mi corazón. Creo que Dios permitió que nuestro cariño alcanzara tanta intensidad porque su partida llegaría demasiado pronto. Sin haber estado nunca enferma y sin ningún disparador visible, un coma hepático se la llevó en cinco días cuando apenas tenía 54 años y yo un poco más de 27. Vivió poco tiempo, pero hasta en eso hubo algo positivo: nunca llegó a ser una anciana, algo que no le gustaba nada. Ella me lo confiaba: No era por el aspecto estético, sino por el deterioro de la salud que viene con los años.

Pero los últimos meses de su vida serían cruciales para ella: pudo conocer y experimentar de una manera genuina y profunda la fe en Jesucristo. Nunca olvido una noche, a menos de treinta días de su muerte, que me escuchó con mucha atención mientras yo le leía, hasta las cinco de la madrugada, un libro con un título muy singular: “El arrebatamiento”. Hilda nos acompañaba cebándonos mates.

Otro inconmensurable regalo del Cielo que recibió en su corta vida fue haber podido conocer a sus dos primeros nietos: Javier, de mi hermana Antonia, y nuestra Juliana. ¡Vaya si la llenó de felicidad ese obsequio!

Cuatro años antes de su partida falleció mi padre, de apenas 50 años. Allí la pude observar en otro de sus increíbles actos de grandeza: junto al féretro, durante el velatorio, nos pidió a mi hermana y a mí que le dijéramos a papá que le perdonábamos el adulterio que tantas lágrimas nos trajo a los tres.

Mi madre vivió siempre en un pequeño pueblo del que nunca salió. Es decir que tuvo un mundo muy chiquito, sin estridencias. Nunca hubo un auto en casa, ni teléfono. Creo que podría contar con los dedos de una mano las veces que fue al cine o a un restaurante. Tomar mates con su madre, mi abuela Sebastiana, las dos nacidas en Mallorca, era su mejor programa. Y ver crecer las flores del jardín le llenaba el alma.

Una vida pequeñita, sin estridencias…sin embargo su vida fue un éxito.

El Sermón del Monte, en el Evangelio de San Mateo, tiene un solo mensaje que bien podría sintetizarse así: “Felices los que son. No los que tienen. Porque bienaventurado es ser. No solamente tener”.

Creo que el mundo padece de una especie de miopía: Piensa que solamente serán felices los que tengan más cosas materiales y más poder. Yo no creo que sea así, porque leyendo el Libro que encierra toda la verdad, la Biblia, me doy cuenta que la riqueza más grande que Dios nos promete -si vivimos conforme a sus enseñanzas- es hacer de nosotros personas de bien, hombres y mujeres dignos, íntegros, cabales.

Esto está expresado maravillosamente en Proverbios 22:1: “De más estima es el buen nombre que las muchas riquezas, y la buena fama, más que la plata y el oro”.

Mi madre no fue famosa. Muy lejos de eso. Pero en el pequeño pueblo de Laguna Paiva se ganó un buen nombre y una buena fama por ser, sencillamente, una mujer de principios. Una mujer íntegra y servicial.

En el epitafio de su tumba escribí en bronce estas palabras: “Amada mamá: tienes vida eterna porque has creído en Dios”.

Por Marcelo Laffitte

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