Las pruebas desenmascaran a las personas...

La vida es un libro abierto que nos va dejando lecciones profundas, muchas veces más claras que cualquier manual de autoayuda. El paso de los años, las experiencias y las pruebas van revelando lo que de verdad hay en cada corazón. Y la vida misma nos enseña que…

 

…A LA PAREJA SE LA CONOCE EN EL DIVORCIO.
Mientras todo marcha bien, en la abundancia y en la alegría, es fácil mantener sonrisas y promesas. Pero es en la ruptura, cuando las emociones están heridas y los intereses se cruzan, cuando aparece el verdadero carácter. La Palabra nos recuerda: “El amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13:7). Quien ama de verdad, aun en el desencuentro, conserva la dignidad y la compasión.
 
…A LOS HERMANOS EN LA HERENCIA.
Nada revela tanto el corazón como el reparto de los bienes familiares. Allí se prueban la codicia, la generosidad o la justicia. La Biblia advierte: “La codicia despierta rencillas, pero el que confía en el Señor prosperará” (Proverbios 28:25). No es el dinero el que destruye familias, sino el amor desordenado por él.
 
…A LOS AMIGOS EN LOS MOMENTOS DIFÍCILES.
Los amigos de fiesta abundan, pero los amigos de tormenta son tesoros raros. “En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia” (Proverbios 17:17). Allí se mide la autenticidad de una amistad: cuando el otro se queda mientras todos se van.
 
…A LOS INSENSATOS EN LAS ELECCIONES.
Los procesos electorales, ya sean comunitarios o nacionales, sacan a la luz lo mejor y lo peor de la gente. Allí aparecen los apasionados sin criterio, los que se ciegan de fanatismo, los que insultan o dividen sin razón. Los enfermos por el poder. Los mentirosos. La Escritura lo había advertido: “El necio se complace en la insensatez” (Proverbios 15:21).
La vida te enseña, una y otra vez, que los valores verdaderos no se ven en los discursos ni en las promesas, sino en las pruebas. Es allí donde se manifiesta la calidad del corazón. (Y los latinoamericanos sabemos mucho de esto…)
 
…Y A LOS HIJOS EN LA VEJEZ DE LOS PADRES.
Uno de los exámenes más duros de la vida es cómo tratamos a nuestros padres cuando envejecen. Cuando ellos eran jóvenes, velaron por nosotros día y noche. No les importaba trasnochar si teníamos fiebre, trabajar horas extras para que no nos faltara nada, privarse de lo suyo para dárnoslo a nosotros. La crianza es un camino de entrega silenciosa: pañales cambiados, desvelos, consejos, paciencia infinita.
Sin embargo, muchos hijos —cuando llega la hora de retribuir— parecen tener memoria corta. Se olvidan de aquellos sacrificios y prefieren delegar todo a otros, justificándose con frases como: “No tengo tiempo”, “Estoy muy ocupado”, “En un geriátrico van a estar mejor”. Y allí se revela el corazón.
La Palabra es clara: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que tu Dios te da” (Éxodo 20:12). Ese mandamiento no tiene fecha de vencimiento. No es solo para cuando somos pequeños y obedecemos; es para toda la vida, y se hace especialmente visible en la vejez de nuestros padres.
 
Honrar no es solo llevar flores al cementerio. Honrar es cuidar, acompañar, escuchar, sostener. Es tener la paciencia que ellos tuvieron con nosotros cuando aprendíamos a caminar y a hablar. Es devolver con amor lo que recibimos con amor. El apóstol Pablo lo reafirma: “Si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo” (1 Timoteo 5:8).
Un día nosotros también llegaremos a esa etapa de fragilidad. ¿Cómo queremos ser tratados? La vida es un espejo, y lo que hoy sembramos en la relación con nuestros padres, probablemente lo cosechemos mañana en la relación con nuestros propios hijos.
Cuidar de los padres en su vejez no es una carga: es un privilegio y una oportunidad de agradecer en vida lo que hicieron por nosotros. Allí la vida nos examina, y Dios también.
 
Pidamos al Señor que nos conceda sabiduría para que, cuando llegue la hora de ser probados, en cualquiera de estas áreas, podamos dejar huellas de amor, justicia y verdad.
 
Por Marcelo Laffitte

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