Esta postura personal que deseo explicar, sólo puede concebirse dentro del Reino de Dios. Fuera de él nos tildarían de locos. Hablando de perdonar a quienes nos lastimen. Habrá veces en que, si una persona nos hiere, nos traiciona o nos hace daño, no habrá que mirar ni prestar atención a la ofensa, sino que habrá que poner los ojos en la persona que nos ofende. Tratar de ver qué dolor, que angustia o qué frustración la mueven para tratar de perjudicarnos. Esa sería una mirada profundamente cristiana.
Quizás llegues a la conclusión que esa persona no quiere hacerte daño, sino que, presa del sufrimiento de su alma, se siente impulsada a actuar de una manera que no quisiera. Ésta también es una conclusión muy piadosa.
Generalmente, las personas que nos hieren u ofenden viven con gran dolor en su propia vida. Todo lo nocivo y tóxico que emiten es una evidencia de lo que sienten en su alma. ¿Has pensado que en lugar de contraatacarla podrías tratar de brindar eso que está necesitando imperiosamente y que es amor?
Sé que no es una tarea fácil, pero sé que es lo que al Señor le agrada. Quienes pueden llegar a actitudes tan altas, seguramente han sido quebrantados y purificados por Dios. Y tú puedes ser uno de ellos.
“Padre, dame un corazón lleno de misericordia y gracia por esa persona que se levantó contra mí. No quiero devolver, como los que no te conocen, mal por mal”.
Por Marcelo Laffitte