Creer esto es abaratar el Evangelio. Es reducir la fe. Dios quiere otra cosa para su pueblo. El Hijo de Dios no vino a la Tierra para fundar un grupo religioso que se caracterizara por algunas obligaciones y ciertas prohibiciones.
Él no vino a traer una nueva filosofía. Vino a traer una nueva vida. Y al decir una nueva vida, apuntó a cambiar no solo las costumbres sino, y fundamentalmente, la mente y el corazón.
El Señor vino a enseñarnos que vale poco incorporar actitudes externas si no se modifica la pureza de las intenciones. Y para que ello suceda hay que trabajar en sociedad con el Espíritu Santo. Porque la obra del Espíritu en nosotros no es algo automático o inconsciente. Es una tarea compartida.
Es un engaño creer que si recibimos a Jesús en nuestras vidas, viene el Espíritu Santo a nuestro corazón y solo e independientemente va extirpando la mentira, la envidia, el egoísmo y todas las pasiones desordenadas que anidan en nuestras entrañas.