Si eres cristiano, vives una revolución mental

Jesús no vino a traer una nueva filosofía, vino a transformarnos. Si creemos que somos cristianos porque vamos al templo los domingos, leemos la Biblia, no fumamos y no decimos malas palabras, estamos un poco confundidos.
Creer esto es abaratar el Evangelio. Es reducir la fe. Dios quiere otra cosa para su pueblo. El Hijo de Dios no vino a la Tierra para fundar un grupo religioso que se caracterizara por algunas obligaciones y ciertas prohibiciones.
 
Él no vino a traer una nueva filosofía. Vino a traer una nueva vida. Y al decir una nueva vida, apuntó a cambiar no solo las costumbres sino, y fundamentalmente, la mente y el corazón.
 
El Señor vino a enseñarnos que vale poco incorporar actitudes externas si no se modifica la pureza de las intenciones. Y para que ello suceda hay que trabajar en sociedad con el Espíritu Santo. Porque la obra del Espíritu en nosotros no es algo automático o inconsciente. Es una tarea compartida.
 
 
Es un engaño creer que si recibimos a Jesús en nuestras vidas, viene el Espíritu Santo a nuestro corazón y solo e independientemente va extirpando la mentira, la envidia, el egoísmo y todas las pasiones desordenadas que anidan en nuestras entrañas.
 
EN SOCIEDAD CON EL ESPÍRITU SANTO
Es cierto que viene el Espíritu Santo. Y que lo hace para guiarnos desde adentro, a “todo lo que es justo y verdadero”. ¡Pero no lo hace solo! Dios no lo hace así. El Señor estableció que debe ser un trabajo en conjunto, entre el Espíritu Santo y nosotros. Que nuestra voluntad y nuestra inteligencia deben rendirse al propósito del Espíritu de hacernos personas íntegras.
 
La Biblia nos enseña que el Espíritu Santo tiene la tarea de convencernos de que tenemos ciertos pecados en el corazón. Él detecta cuáles son las fallas y nosotros debemos implementar la corrección: “Esto no lo hago más”.
 
 
Esperar que el Espíritu Santo nos modifique como quien espera que se abra el capullo de una flor, es un error muy generalizado en la iglesia. Si bien nuestra salvación es gratuita, ya que es una gracia que Dios nos otorga por amor, la santificación—la tarea de convertirnos en personas íntegras—tiene un costo y requiere de un concreto aporte nuestro.
 
Esto lo marcan claramente las Escrituras: La obra del Espíritu Santo siempre está ligada a nuestras responsabilidades morales. Cuando el Señor nos invita, por ejemplo, a negarnos a nosotros mismos, habla de la cooperación que necesita el Espíritu para poder realmente controlar nuestra naturaleza pecadora.
 
Quiere decir que quienes han tomado en serio el evangelio y realmente quieren progresar en el camino cristiano, deben tener en claro que no alcanza con dejar de fumar y no decir más malas palabras.
 
Es posible que estos sean pecados menores, pero se les da tanta importancia porque son visibles. Pero en la genuina marcha hacia la santidad y la perfección, se sabe muy bien que hay otras miserias mucho más abominables a los ojos de Dios, que se esconden en las profundidades del ser, y que solo pueden ser derrotadas si existe una consistente voluntad en nosotros.
 
El Espíritu Santo más nuestra voluntad: esa es la sociedad perfecta.
 
Tomemos un ejemplo: Si una pareja de novios da rienda suelta a las caricias, llegará un momento en que la carne comunicará su deseo: relaciones sexuales.
En ese mismo instante entrará en acción el Espíritu Santo con otro mensaje: “Eso es pecado. No lo hagas”. Y será en definitiva nuestra voluntad la que decida:
O se asocia con el Espíritu y se niega a sí mismo, O le hace caso a la carne y desoye la sana advertencia de Dios.
 
Si toma el primer camino, obtendrá resultados. Si decide por el segundo, sufrirá las consecuencias
 
Del libro de "Lo que hemos visto y oído" por Marcelo Laffitte

Suscríbete a nuestro boletín de novedades

Te vamos a comunicar lo más destacado.
Solo una vez por semana te enviaremos notas seleccionadas de nuestra web.