Testimonio: milagro es milagro, grande o pequeño

Dios ha hecho milagros muy grandes en nuestras vidas. Algunos los recordamos con gratitud, otros quizás ya los hemos olvidado en medio de la rutina.
Pero quiero detenerme hoy en otra dimensión de lo sobrenatural: esas “cosas pequeñas” que se han vuelto pequeñas no porque lo sean en verdad, sino porque nosotros las hemos naturalizado. Sin embargo, para mí son enormes milagros, señales cotidianas de que seguimos a un Dios vivo y presente.

 

Ayer amanecí con un dolor absolutamente inusual en la espalda y la cintura. Era un dolor fuerte, punzante, extraño. ¿Qué hice? Recurrí al primer y mejor auxilio: pedí a Hilda que orara por mí. Ella me abrazó y elevó su voz al Señor. Primero le agradeció por tener Sus ojos sobre nosotros en todo momento. Luego le pidió específicamente que quitara ese malestar de mi cuerpo. Después echó fuera toda posible participación de las tinieblas y terminó agradeciendo como quien ya ha recibido la respuesta.
 
El resultado fue asombroso: en menos de media hora, aquel dolor tan fuerte desapareció por completo.
 
Como ya sabemos, a los problemas difíciles los soluciona de inmediato y para los imposibles, tarda un poquito más. Tal vez algunos puedan pensar: “Eso fue una simple casualidad.” Pero yo elijo ver la mano de Dios en esos detalles.
 
La Biblia dice: “Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces” (Jeremías 33:3). Y también: “La oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará” (Santiago 5:15).
 
El mismo Dios que abre mares y resucita muertos es el que quita un dolor repentino, fortalece en una debilidad, abre una puerta en medio de la rutina. Muchas veces pasamos por alto estos hechos porque nos parecen pequeños. Pero si el dolor se hubiera quedado, me habría limitado todo el día. Lo que para algunos sería “mínimo”, para mí fue una demostración fresca del cuidado divino.
 
Jesús mismo enseñó que el Padre se ocupa de lo más sencillo: “Aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados” (Mateo 10:30).
 
Hoy quiero invitarte a que no solo recuerdes los grandes milagros de tu vida, sino también esos gestos cotidianos donde Dios se hace presente. Una oración contestada rápidamente. Una protección en la ruta. Una palabra de aliento que llega justo a tiempo. Detrás de cada uno de ellos está la certeza de que Dios no nos abandona jamás.
 
El amor y el poder de nuestro Señor se manifiestan en lo grandioso y en lo sencillo. Abramos los ojos para reconocerlo y el corazón para agradecerlo siempre.
 
Por Marcelo Laffitte

Suscríbete a nuestro boletín de novedades

Te vamos a comunicar lo más destacado.
Solo una vez por semana te enviaremos notas seleccionadas de nuestra web.