Testimonio: Dios está hasta en los pequeños detalles

Apenas había caminado dos cuadras cuando comencé a sentirme extrañamente mal. Un mareo intenso me envolvió, la agitación crecía, y cada pierna parecía pesar mil kilos. Nunca había experimentado algo así. ¿Qué me está pasando? me pregunté con preocupación. Intenté continuar, pero cada 30 metros necesitaba recostarme contra una pared para recuperar fuerzas.

 

Y justo en ese instante, cuando la incertidumbre y el miedo comenzaban a acechar, el Señor se hizo presente. Pensé: "Necesito a Hilda", pero no sabía dónde estaba. Buenos Aires es una ciudad inmensa. ¿Qué probabilidades había de que estuviera cerca? La llamé y su respuesta fue un bálsamo para mi alma: "Estoy a cien metros". Sin dudarlo, vino rápidamente, me tomó del brazo y, haciendo numerosas pausas para que pudiera recuperar el aliento, llegamos a donde yo quería ir: una farmacia donde suelo controlarme la presión arterial y la frecuencia cardíaca.

 

Allí ocurrió otro "pequeño" gran detalle de la providencia de Dios. Esa farmacia siempre está llena de gente, y normalmente hay que hacer fila para que la enfermera atienda. Pero ese día, milagrosamente, no había nadie. En solo dos minutos ya me estaban controlando. La enfermera me miró con seriedad y me dijo: "Marcelo, está muy cerca de desmayarse. Tiene apenas 28 latidos por minuto" (cuando lo normal son entre 60 y 70 aproximadamente ). Su recomendación fue clara: "Debe llegar ya mismo a un sanatorio".

 

Decidimos ir al Sanatorio Mitre, donde hace 25 años me realizaron una cirugía de bypass. Pero, ¿cómo llegar rápidamente? Necesitábamos un taxi bien cerca ya que no podía caminar. En ese preciso momento, justo frente a la farmacia, se detuvo un auto de alquiler del cual descendió una mujer. ¡Dios había resuelto incluso el transporte!

 

A pesar de un tráfico muy denso, el señor mayor que conducía se fue abriendo paso con destreza, y en solo 25 minutos estábamos en la guardia médica de la clínica. Nuevamente la mano del Señor: Las guardias médicas, lo sabe cualquier habitante de Buenos Aires, están siempre atestadas de gente. Sin embargo, Dios nos abrió camino y, apenas llegamos, una médica que entendió la premura del caso me llevó de inmediato a un Shock Room, un sitio preparado para recuperar, mediante intervenciones de emergencia, situaciones críticas.

 

De inmediato estuve rodeado de 4 o 5 médicos especialistas en cardiología. Rápidamente ya estaba internado en la sala de cuidados intensivos de una unidad coronaria. En pocos minutos tenía más de diez vías inyectadas en los brazos para administrar medicamentos por vena, y a la media hora, mis pulsaciones habían salido de la franja de peligro. Ya tenía entre 40 y 45 latidos por minuto, lo que representaba una mejora significativa.

 

En todo momento sentimos la presencia del Señor. Y rápidamente comencé a recibir, de muy distintos lugares, palabras llenas de amor y de ánimo que quiero agradecer profundamente. A tantos que no pude responderles personalmente, les digo: ¡Gracias de corazón!

 

Hoy, ya en casa desde anoche martes, mientras reflexiono sobre esta experiencia, no puedo dejar de maravillarme por cómo Dios estuvo presente en cada instante: desde la cercanía providencial de Hilda, la farmacia vacía, el taxi en el momento justo, hasta el acceso inmediato a la atención médica. Todo encajó de forma perfecta porque Dios está hasta en los pequeños detalles.

 

Gracias, Señor, por cada detalle. "Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces." (Jeremías 33:3)

Por Marcelo Laffitte