Testimonio: ¿Dónde estás papi?

Muchas veces, una cosa tan noble como trabajar en un ministerio para el avance del Evangelio, puede transformarse en un penoso generador de dolor.
Nunca olvidaré la emoción que me provocó una invitación que me llegó un día, para ser parte de un ministerio cristiano internacional. Creí que tocaba el cielo con las manos.

 

Tardé un poco en darme cuenta de que aquel portón de posibilidades que se me abrió de repente me arrancaría de una cálida y armoniosa vida familiar junto a Hilda y nuestras tres nenas.
 
Los viajes eran cautivantes, el conocer tantas personas interesantes me fascinaba, y, sobre todo, el contar tanta gente conociendo a Cristo, retumbaba adentro mío como la gran justificación de mis ausencias. Pero a todo ese gozo había que pagarlo y ese costo caía sobre cuatro personas muy amadas: Hilda, Juliana, María José y María Victoria.
 
Ellas eran quienes sufrían muchos almuerzos y muchas cenas con mi silla vacía. Ellas se quedaban con el gusto amargo cada vez que me alejaba de casa con una maleta. Ellas se sentían vacías cuando algún problema las impulsaba a buscar un abrazo de papá que no encontraban…
 
Algún tiempo después en el aeropuerto de Ezeiza, en Buenos Aires, yo regresaba de Europa y como siempre estaban las cuatro. Las estaba abrazando y besando a todas cuando Juliana, la mayor, que por entonces tenía unos diez años, rompió a llorar desconsoladamente.
 
“¿Qué te pasa Julianita? Papá está llegando…” fueron las palabras de Hilda. Y la respuesta de la pequeña, tan sencilla pero tan contundente, me cambiaría el destino: “Sí…pero mañana se va de nuevo…”
 
Esa misma noche Hilda me confesó, por primera vez, que era tanto lo que me extrañaban “que tengo miedo de que se enfermen”.
 
Nunca se había animado a decirme una cosa así. Por nada del mundo querría cargarme de preocupación.
 
Hablamos mucho sobre el tema, oramos y le pedimos permiso al Señor para abandonar aquel trabajo. Tuvimos paz para hacerlo y lo concreté sin dudarlo.
Y hubo paz porque aquel orden que había abrazado prácticamente desde mi conversión a Cristo se había acomodado correctamente. Ese orden dice: “Primero Dios, segundo la familia y tercero el ministerio”.
 
Para terminar, permítanme que recuerde en este momento un sencillo poema de Edwin L. Cole, autor de "Hombría al máximo":
El otro día llegó a casa un niño. Vino al mundo en la forma habitual. Pero yo tenía que tomar aviones y pagar cuentas.
 
Aprendió a caminar cuando yo estaba ausente. Y ya hablaba antes de que yo lo supiera. Cuando creció dijo: “Voy a ser como tú, papá” … Te lo aseguro: “Voy a ser como tú”.
 
“¿Cuándo vienes a casa papá?”
 
- “No sé cuándo, pero entonces estaremos juntos, sí, vamos a pasarlo muy bien”.
 
Me jubilé hace tiempo y mi hijo se mudó. El otro día lo llamé por teléfono. Le dije: “Me gustaría verte, si no tienes problemas”. Él dijo: “A mi también me encantaría, papá …si encontrara tiempo; Pero hay problemas en el trabajo, y tienen gripe mis hijos”. “Pero hubiese sido lindo hablar contigo papá, de veras que hubiese sido lindo hablar contigo”.
 
Y mientras colgaba el teléfono, me vino este pensamiento: que él creció como yo…
Sí, mi hijo era justamente como yo.
 
Por Marcelo Laffitte

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