¿Sabía que Dios no mide nuestra temperatura espiritual en la iglesia, sino en nuestra casa o cuando estamos solos? Porque allí es donde nos mostramos tal cual somos.
He aprendido que, aunque no pronunciemos una palabra —ya sea en el trabajo, el vecindario o entre nuestros familiares— nuestra condición como cristianos será evidente y muy visible si estamos llenos del Espíritu Santo. Aunque a veces, por vergüenza, evitemos hacer público que somos cristianos, si mantenemos una relación cercana con el Padre, seremos como un perfumero que esparce la fragancia de Cristo por doquier.
Estoy comprendiendo que más allá de los nombres o rótulos hay evidencias claras, hay realidades. Por ejemplo: algunas personas proclaman: "El Señor me ha llenado con su Espíritu Santo", pero parecen vacías. En cambio, otros, sin tanto alarde, evidencian los frutos del Espíritu y están llenos de vida.
Me convencí de que para Dios los frutos del Espíritu son más importantes que los dones. Por ejemplo, si alguien lleva a decenas a los pies de Cristo, pero no tiene amor, está reprobado en los cielos.
Los frutos del Espíritu reflejan el carácter de Cristo en nuestra vida, mientras que los dones son habilidades otorgadas por Dios para edificar a la iglesia. Aunque ambos son importantes, los frutos tienen una relevancia mayor porque demuestran que hemos sido transformados internamente y vivimos en comunión con el Espíritu Santo. Sin amor, paciencia, bondad y otros frutos, incluso los dones más extraordinarios pierden su impacto y propósito eterno.
Dios valora más quiénes somos en Él, que lo que podemos hacer para Él.
No lo digo yo, sino la Palabra: “Si yo hablara en lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe.” (1 Corintios 13:1).
Los hombres, ligeros para juzgar, solemos valorar a las personas por su capacidad para hablar o predicar. Decimos: "¿Juan Pérez? ¡Es extraordinario! ¿Sabes cómo habla de bien?" Pero nuestro juicio difiere del de Dios, quien sentencia: "El Reino no consiste en palabras, sino en poder." ¿Y qué es el poder? Una vida santa y entregada al Señor.
Por Marcelo Laffitte