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Testimonio: la humildad abre puertas

En febrero de 1988 tuve la ocasión de ver personalmente, por segunda vez, al doctor Billy Graham. Fue un privilegio que Dios me regaló, pues pude percibir una vez más la genuina y auténtica humildad que lo caracterizaba.

 

La reunión, de unos 50 líderes, tuvo lugar en Washington, Estados Unidos. Allí predicaba un hombre joven y, en la plataforma, sentado a un costado con sus largas piernas cruzadas, estaba el honorable evangelista a quien Dios confió el honor de compartir el Evangelio a más de doscientos millones de personas en 185 países. Este hombre, el que más almas ha llevado a los pies de Cristo en la historia de la humanidad, mostraba una humildad conmovedora.
 
El predicador, apasionado, instaba al público a leer versículo tras versículo, y Billy Graham, quien bien podría haber mirado a este muchacho de soslayo pensando: “Todo eso que estás predicando me lo sé de memoria,” asumió, en cambio, una actitud completamente diferente.
Extrajo una libretita de su bolsillo y comenzó a anotar cada versículo, asintiendo con la cabeza... como si fuera un discípulo convertido hacía apenas una semana.
 
Aquella actitud me emocionó profundamente, pues estaba impregnada de verdadera humildad.
 
Me atrevo a pensar que Dios, con aquellos a quienes otorga tanta unción, actúa siempre así: los “cubre de humildad”, precisamente para que nunca lleguen a darse cuenta de la magnitud de la unción que poseen. Porque, en realidad, se convierte en un problema cuando un predicador toma conciencia de que tiene unción, carisma o una especial capacidad para ministrar.
 
La palabra “humilde” aparece varias veces en la Biblia. ¿Y sabe usted qué significa en griego? Significa “mendigo”, “limosnero”. ¿Y qué es un mendigo?, me pregunté. Un mendigo es alguien que reconoce que necesita y pide.
 
Muchas veces, los cristianos, bloqueados por el orgullo, somos incapaces de pedirle a otro hermano que ore por nosotros cuando lo necesitamos. El orgullo —que es la cara contraria de la humildad— nos induce a no mostrar ninguna de nuestras debilidades. “No muestres tus puntos flacos,” dicta el orgullo. “Muéstrate tal cual eres,” clama la humildad.
 
Nos equivocamos cada vez que insistimos en mostrar solo la faceta exitosa de nuestra personalidad, porque el Señor en su Palabra dice: “Mi poder se perfecciona en tu debilidad...”. Esto quiere decir que, cada vez que tenemos la grandeza de reconocer nuestra pequeñez, cada vez que tenemos la humildad de decir: “Esto no lo sé” o “Perdón, me equivoqué”, y cada vez que abrimos las puertas de nuestro ser para mostrarnos sin caretas ni fingimientos, nos convertimos en canales por donde corre a raudales el poder de Jesucristo.
 
Siempre deseo, y se lo expreso a Dios, que me encuentre entre los quebrantados y humildes de corazón, porque sé que en ese sitio Él habitará muy cerca de mí...
Tres frases hermosas, para recordar:
 
• Sólo quien se conoce pequeño puede crecer sin límites.
• La humildad abre puertas que la soberbia cierra.
• Grande es quien sabe que siempre puede aprender algo.
 
por Marcelo Laffitte

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