Ante Dios, créeme que no es así.
Tenemos la enseñanza una y otra vez en la Palabra de Dios: en la vida de David.
En 1 Samuel 26 está el relato de cuando Saúl buscaba matar a David. Él era el rey y podía hacerlo en cualquier momento. Pero, en varias ocasiones Dios puso al soberano en situaciones de indefensión y llamativamente, su yerno no lo mató. Sino que dijo “no tocaré al ungido de Jehová”. Aunque esté equivocado, aunque esté a mis pies y pueda pisarlo, aunque diga la verdad y él me haya hecho daño, no devolveré con la misma moneda. Yo recibí de la bondad del Señor y de Él espero mi respuesta. Parafraseamos que así habrá pensado David.
Esa respuesta vale para esposos, padres, jefes, gobernantes, ese ejemplo de David nos deja una gran enseñanza. Para este mundo, esa respuesta, es locura.
Pero para aquellos que hemos aprendido a respetar la autoridad, a perdonar la ofensa, a sacar “lo precioso de lo vil”, y a agradecer que, a través de esa terrible prueba, hemos salido fortalecidos, aún somos mejores personas, es un avance tremendo, porque la recompensa no vendrá de los hombres, sino de Dios.
Como David, mañana o 18 años después como en su caso, Dios recordará nuestro sacrificio, nuestras pruebas de obediencia y fe, y llegará el día en que seremos coronados en aquel lugar laboral que esperamos, en aquella relación familiar restaurada, porque, de seguro, Él está trabajando por nuestro futuro.
De la redacción de encendidosporelespiritu.com.ar