Amemos a los que parecen no merecer nuestro amor, tal como nos amo Dios

En la iglesia estamos acostumbrados a valorar a las personas por el aporte que hacen a nuestras vidas. Si nos bendicen porque son sabios, o buenos, o correctos, o reservados y nunca andan en chismes ni en líos, las apreciamos. Si son difíciles tratamos de evitarlas.
 
Pero Pablo dice algo novedoso y hasta extraño, en 1 Corintios 12:22: “Antes bien los miembros del cuerpo que parecen más débiles, son los más necesarios”.
 
Quiere decir que con esa forma de medir a las personas que yo contaba al principio, estos “hermanitos complicados” ¡no parecen los más necesarios! Al contrario, parecen los menos importantes. Y hasta nos gustaría que un día no muy lejano se vayan a otro lado y nos dejen tranquilos.
 
 
Para nuestra tabla de valores, los verdaderamente necesarios son el pastor, los ancianos, los diáconos… ¡Ellos sí sirven a la congregación con sus dones y talentos!
 
No me canso de comprobar qué lejos están nuestros pensamientos de los del Señor. Es como que no alcanzáramos a interpretar el sentido de este pasaje: «Mis pensamientos no se parecen en nada a sus pensamientos"—dice el SEÑOR—.
 
 
La única manera de entender lo que dice Pablo en 1 Cor. 12:22, es ubicándonos en su perspectiva que está en otro carril muy diferente a valorar por lo que las personas nos pueden dar a nosotros.
 
Pablo pensaba que estos hermanitos débiles y difíciles son necesarios por lo que nosotros nos vemos obligados a darle a ellos.
 
 
Son hermanos que precisan ser tratados con una cuota extra de ternura y de paciencia. ¿Parece una tontería no? Pero no lo es: El Señor, guiado por su maravillosa sabiduría, sabe que la única manera de enseñar verdadero amor y genuina compasión es colocando en medio de nosotros a personas que necesitan mucha cantidad de ese amor y esa compasión.
 
No se junte siempre con los “fuertes” de la iglesia, procure a partir de hoy, dedicar más tiempo y esfuerzo a los que menos parecen merecerlo.
 
 
Y sentirá en su piel la sonrisa de Jesús.
 
Hay hermanos que todo lo que necesitan es un abrazo.
 
Por Marcelo Laffitte

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