Testimonio: de los errores se aprende

Siempre digo que tendríamos que vivir dos veces, una para practicar y aprender y otra para vivir en serio. Porque como dijo alguien muy sabio: “la experiencia es como un peine que nos llega cuando ya nos habíamos quedado pelados”.

 

Después de muchos años como presidente de una empresa llamada “Familia” (Hilda y nuestras tres hijas) puedo hacer este balance que tiene solamente dos puntos:
1.-HE COMETIDO MUCHOS ERRORES.
2.- ESOS ERRORES ME HAN ENSEÑADO MUCHO.
 
Un ejemplo: Hubo una época en nuestros primeros años de casados, donde aceptábamos todas las ofertas de créditos que nos llegaban. Hasta para la gasolina teníamos una libreta de crédito. De más está decir que esa política nos sumergió en el caos.
 
Hubo meses en que cobraba la mensualidad en la empresa donde trabajaba y todo lo que recibía no alcanzaba para cubrir tantas deudas. O sea que cada mes había un peligroso excedente de gastos que se acumulaba en contra nuestra.
 
Pero hay una pequeña nota positiva en todo aquel sombrío panorama: A aquellos comerciantes que no les podíamos pagar, íbamos a verlos para “poner la cara” y no hacernos los tontos. Junto con Hilda les decíamos: “Este mes nos resultará imposible pagarle, pero quisimos venir a verlo para asegurarle que no defraudaremos la confianza que nos ha brindado”. Era muy llamativa la forma en que aceptaban nuestras disculpas. Y hemos cumplido con cada uno.
Hubo necesidad de cortar todos los créditos y eliminar todos los gastos superfluos que nos devoraban los ingresos.
 
Para ese reordenamiento, nos ayudó el método que una hermana le compartió a Hilda y que ella contó en alguna de sus columnas. Lo digo en dos palabras: dividíamos el dinero que nos quedaba “para vivir” todo el mes en treinta sobres de papel y no podíamos movernos de ese tope. Hubo veces en que nos alcanzaba para lo estrictamente justo. Se hizo frecuente una expresión de nuestras tres nenas por esos días: “Mamá, ¿hoy alcanza el sobre para comprar una Coca?”
 
Se ve que Dios apoya el orden porque nos dio una buena mano para, lentamente, encauzar nuestra economía.
 
Por entonces llevábamos apenas un año de casados, estábamos prácticamente debutando como creyentes y vivíamos en un hospedaje donde debíamos compartir la cocina y el baño con otras personas, y contábamos solamente con un cuarto muy sencillo en donde había un mueble que en una mitad colgábamos nuestra ropa y en la otra teníamos los alimentos. Pero cuando aprendimos la lección, nuestra prosperidad se manifestó de tal manera que en muy poco tiempo nos fuimos a vivir a una hermosa casa nueva comprada con un plan bancario.
 
Tendría tantas anécdotas de este estilo… pero termino con una conclusión: “En la vida, cuando no se gana, se aprende…o sea que siempre ganamos…si es que creemos en Cristo".
 
Por Marcelo Laffitte

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