Recuerdo aquella patética escena en que, siendo un niño, me puse a llorar un día mientras tomaba la merienda. “¿Por qué lloras...? ¿Qué te pasa, Marcelo?”, me preguntó mi madre. Y la respuesta salió de lo más profundo de mi temor y mi angustia: “Tengo miedo mamá... porque un día nos vamos a morir todos...”