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Testimonio: el poder de Dios se manifestó en mi debilidad

Hoy les voy a contar, en una apretada síntesis, el primero de unos cuantos episodios que me tocaron vivir en los cientos de lugares adonde llegué para predicar el Evangelio. ¿Cómo definirlos? Sencillamente como episodios entre graciosos y dramáticos. Pero muy reales.

El que les voy a relatar, mi primera predicación de un domingo en una iglesia, fue en el mismo comienzo de mi llamado a compartir la fe desde el púlpito. Esa sería mi iniciación como predicador itinerante. Y el salón estaba lleno con unas 300 personas. Nunca había hablado en público y menos a tanta gente.

Con Hilda nos sentamos en la tercera fila y ni bien nos acomodamos los nervios comenzaron a hacer su tarea. Lo primero que sentí fue que todo lo que había preparado se me esfumaba de la memoria. Ni siquiera el título del mensaje podía recordar a pesar que lo había masticado tanto.

El diablo (¿Qué otro podía ser?) comenzó a arrojarme mensajes catastróficos: “Estas a 40 minutos de protagonizar el mayor ridículo de tu vida”. “Preparate para que todos se rían de vos”. ¿No te gustaría levantarte ahora mismo de tu silla y desaparecer de este lugar?”.

Miré a mi alrededor y todos me parecieron muy conocedores de la Biblia, esa percepción me hizo verlos como ogros.

Y los nervios trajeron de la mano al miedo. Y el miedo activó de inmediato mi temperatura corporal y comencé a transpirar copiosamente. A tal punto que Hilda me miró y me dijo: “Tranquilizate Marcelo…mojaste tu corbata con la transpiración”.

Esa “foto” de Hilda disparó mi temor mucho más alto. ¡Jamás había transpirado la corbata! “Si…estoy un poco nervioso…” alcancé a balbucear con un hilo de voz. “Confiá en el Señor, no en tus cualidades, Él te va a ayudar”.

Las palabras de Hilda me retumbaron en la cabeza. Era justo lo que necesitaba escuchar.

Lo primero que vi en el púlpito fue un vaso de agua fresca. Tenía la boca muy seca. Me sequé la frente. Abrí la Biblia y aunque parezca que estoy exagerando, prediqué con poder.

“Mi poder se manifiesta en tu debilidad” (2 Corintios 12:9)

Por Marcelo Laffitte

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