Silencios que sanan

Creo que el cuidado de la lengua amerita que digamos algunas cositas más de las que hemos compartido hasta ahora. Es llamativo observar la cantidad de espacio que la Palabra destina a hablarnos y enseñarnos sobre el poder destructivo de la lengua. Así y todo, pareciera que existe en nosotros los cristianos una idea muy enquistada y es creer que pecado es todo lo que “se hace”, no lo que “se dice”.

DIOS LE DA MUCHA IMPORTANCIA
Si todo lo que saliera de nuestra boca fuera bueno, Dios no habría escrito tanto sobre el tema. Pero lamentablemente no es así: no siempre salen flores de nuestra boca, a veces salen espinas. Así como hacemos ayuno de alimentos, deberíamos hacer ayunos verbales: ofrendar a Dios un día, una semana, medio mes con freno en nuestras bocas. No para estar en silencio, sino para decidir callar las críticas, evitar los chismes, detener las groserías, tragarnos las declaraciones negativas, sepultar toda palabra de derrota.

La Escritura es clara:

“Muerte y vida están en poder de la lengua, y el que la ama comerá de sus frutos” (Proverbios 18:21). “Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua, sino que engaña su corazón, la religión del tal es vana” (Santiago 1:26).

NO AL HABLAR SIN FILTRO
Un ayuno verbal consiste en detener la corriente dañina que muchas veces fluye sin filtro de nuestros labios. No se trata de dejar de hablar, sino de hablar con propósito. Hablar vida, aliento, fe. Aprender a callar cuando nuestras palabras no van a edificar, y a abrir la boca solo cuando lo que salga de ella bendiga, sane, anime o acerque a Dios.
Cuando nos decidimos a practicarlo, nos damos cuenta de que no es fácil. Cuesta tanto como ayunar comida. Porque la lengua suele querer adelantarse, defenderse, justificarse, criticar, murmurar. Pero allí es donde se ejercita el dominio propio, fruto del Espíritu Santo.
Si perseveramos en esta disciplina, veremos algo maravilloso: nuestras palabras se volverán más sabias y nuestro corazón más limpio, porque al final, “de la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12:34).
Quizás sea tiempo de comenzar un ayuno verbal y entregarle a Dios este pequeño gran sacrificio. Que de nuestra boca solo salgan palabras que sanen, que eleven y que glorifiquen al Señor.
“Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno” (Colosenses 4:6).

UNA PROPUESTA
Hoy mismo te propongo un reto sencillo y transformador: elige un día de esta semana para consagrarlo como tu primer ayuno verbal.
Escríbelo en un papel o en tu agenda, y entrégaselo al Señor en oración. Ese día será tu ofrenda: callarás las quejas, frenarás las críticas y transformarás cada palabra en semilla de bendición. Imagina lo que sucedería si miles de cristianos comenzáramos a practicar esto con seriedad: nuestras casas serían oasis de paz, nuestras iglesias se llenarían de palabras de aliento y nuestra sociedad escucharía menos gritos de odio y más voces de esperanza. No lo postergues. Empieza hoy. Porque la lengua, dominada por el Espíritu, puede convertirse en uno de los mayores instrumentos para cambiar tu vida y la de quienes te rodean.

Por Marcelo Laffitte

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