Muchos cristianos se ven a sí mismos como poca cosa. Se preguntan por qué otros ocupan cargos en la iglesia y ellos no. Como no hallan respuestas terminan resignándose y se convierten en creyentes grises, sin vida.
Busquemos esas respuestas. Para funcionar en el Reino hace falta algo fundamental: ser ungidos por el Señor. Y lo que Dios unge, funciona y da frutos. Pero ¿a quienes unge nuestro Dios? ¿Qué mira en nosotros?
No mira nuestra educación, ni nuestra apariencia, ni nuestras posesiones y ni siquiera los talentos que tenemos. Él valora la actitud de nuestro corazón. Mira si hay una clara determinación a cumplir con los requisitos que él espera de quienes anhelan ser usados.
Hay varios requisitos, pero por una razón de espacio vamos a ver solo dos, muy importantes.
Primero. Dios unge a las personas que son fieles sobre las cosas pequeñas.
Muchos no quieren las cosas pequeñas. Desean, desde un comienzo, ser vistos por la gente haciendo cosas importantes. La Palabra nos dice que Dios escoge lo vil del mundo, lo despreciado, lo que el mundo ve como insignificante. A Dios le agradará mucho que usted acepte ser el encargado de los baños, o el cuidador de los autos estacionados afuera, o la que tiene que cocinar en un cuarto perdido, lejos de la gente.
Así que, si usted se cree que es alguien, más vale que cambie su actitud si desea ser ungido. Si actuamos con un espíritu sumiso y humilde, a su tiempo Dios se encargará de premiarnos. El verá cada tarea nuestra, por más pequeña que sea. En algún momento nos dirá:” Porque me has sido fiel en lo poco, en lo mucho te pondré”.
Segundo. Dios unge a las personas dispuestas a terminar lo que empiezan.
La razón es muy sencilla. Las emociones, -sentir engañoso por excelencia-, nos impulsan a comenzar. Si recibimos una palabra o alguien nos da una profecía, salimos corriendo impetuosamente.
Pero la pregunta es: ¿Cuánto tiempo seguiremos corriendo cuando se acaben las emociones? Los principios son casi siempre emocionantes, pero no son los que ganan la carrera los “emocionables” sino los que llegan agotados, dejados por todos, sin fuegos artificiales ni porristas. Llegan solos, abrazando aquella palabra que Dios les dio.
En las iglesias hay dos tipos de personas: por un lado, las que en un momento de su vida lograron terminar lo que comenzaron, y por otro, los que se pasan la totalidad de la vida soñando con hacerlo o explicando por qué abandonaron.
Un jugador de River Plate, en Argentina, tuvo una definición genial para explicar por qué algunos son siempre titulares de sus equipos de fútbol, es decir que juegan siempre, y otros son suplentes con mucha frecuencia. Dijo: “No es el Director Técnico, es uno mismo que se pone o se saca de la cancha”.