Nos conocen por los frutos... no por el pescadito en el auto

Cuando yo era recién convertido tenía la equivocada idea que Dios era un viejito bueno que existía para complacernos en todo lo que le pidiéramos. Y mi oración consistía en ir con mi “lista de supermercado” a pedir y pedir. Dame, dame, dame...
 
Luego maduré y me enteré que es al revés: que estamos aquí para servirlo.
 
Que nuestra oración diaria debe ser: “Señor, ¿qué deseas hacer hoy a través de mi? Muéstrame a quien quieres que ayude. Yo tengo un plan de actividades, pero si quieres que lo interrumpa para obedecerte, eres bienvenido con esa interrupción”.
 
 
Lo que Dios quiere es que seamos fructíferos. Eso otorga propósito.
 
Sobre todo, con la gente. Con los pobres. Quiere que seamos buenas personas. Serviciales. Que le hagamos bien al necesitado. Él habla mucho de eso. De involucrarnos. Porque el “yo” es el peor problema que tenemos.
 
 
Todos nosotros tenemos pegado un cartel invisible en la frente que dice: “No molestar”. Como los que se cuelgan en los cuartos de hotel.
 
¿Se dio cuenta que Dios raramente encomienda tareas importantes a los que no hacen nada? Lea la Biblia y se dará cuenta que él siempre recurre a los ocupados.
 
 
Pedro y Santiago estaban pescando. “Síganme”. Abraham estaba atareado con su familia y sus campos. “Prepara las valijas, hay que salir”...
Solo quiero animarlos (y animarme) a decirle a Dios todos los días: “Muéstrame lo que quieres que haga hoy por ti. Coloca alguien en mi camino al que pueda ayudar”.
 
 
Amar es la esencia del evangelio.
 
No se puede ser egoísta y feliz al mismo tiempo.
 
Por Marcelo Laffitte

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