“Allí vimos los gigantes” Estas son las palabras llenas de temor pronunciadas por los israelitas que fueron a espiar la tierra prometida. (Números 13:28).
Ellos vieron a los gigantes, pero Caleb y Josué vieron a Dios.
Los que dudan acostumbran a decir: “No podremos avanzar, están los gigantes”. Es que algunos comparan a los gigantes con sus propias fuerzas. Los que creen en el poder de Dios dicen en cambio: “¡Vamos adelante, con la ayuda de Dios podremos vencer!”. Estos comparan a los gigantes con las fuerzas de Dios.
Frecuentemente tenemos un Dios muy pequeño y gigantes muy grandes. Hoy, con tantas dificultades que vivimos en Argentina, hace falta tener un Dios tan grande que los gigantes parezcan pequeños.
Los gigantes existen en distintas partes de nuestra vida. Hay gigantes entre nuestros familiares. Son los parientes que rechazan el evangelio y que permanentemente nos atacan y nos tildan de fanáticos. Hay gigantes en nuestras iglesias. Son los hermanos que nos ignoran, que nos niegan hasta el saludo, que no nos quieren.
Hay gigantes en nuestra vida social. Son esos amigos que tienen reacciones inesperadas, actitudes de ingratitud, de deslealtad, de traición. Hay gigantes en nuestros corazones. Son los temores. Los complejos. Las tentaciones. La depresión.
Tener identificados a esos gigantes nos permitirá fortalecernos en esas áreas. De lo contrario, como dice la Palabra: “Nos comerán”. Pero los hombres de fe dijeron, y dicen hoy en día: “Nosotros los comeremos como pan” (Números 14:9).
No sé si lo sabía: En el Reino de Dios hay un principio que se cumple con mucha frecuencia: Cuando estamos haciendo la voluntad de Dios es cuando aparecen los gigantes. ¿Cómo se explica esto? Es que hay un principio de acción y reacción: cuando más accionamos a favor del Reino, más reaccionan las tinieblas.
Cuando el pueblo de Israel marchaba hacia adelante, fue cuando aparecieron los gigantes. Qué paradójico: cuando volvían al desierto no encontraron ninguno.
El Señor nos afirma algo maravilloso en 2 Corintios 12:10. Dice que podemos llegar a ser fuertes mediante nuestras debilidades.
Lo expresa así: “Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”.
Dicho en otras palabras, este texto cobra un énfasis estremecedor: “Por lo cual me gozo en estar sin fuerzas, me gozo en los insultos, en los desprecios, en estar apretado económicamente, en ser tildado de loco a causa de Cristo, porque cuando ya estoy sin fuerzas, entonces mi poder no tiene límites” Eso significa: “Cuando se agotan mis fuerzas, entran en acción las fuerzas de Dios”.
Debemos volver a redescubrir la grandeza de Dios y debemos empaparnos de las promesas que el Señor nos dejó en la Palabra y realmente los gigantes se encogerán y lucirán diminutos.