Busca las instrucciones del Padre, para ser sabio

Durante algunos años trabajé en un ministerio internacional. Había tantos viajes y tanta actividad, que yo sentía que estaba violando el orden que siempre quise guardar: 1º Dios, 2º la familia y 3º el ministerio.
 
Cada noche, cuando me acostaba en otro país, sentía que dejaba sin hacer un sinfín de cosas importantes: acompañar a mis hijas en los actos de la escuela; conversar con Hilda y animarla; estar en los almuerzos y las cenas donde casi siempre mi silla estaba vacía, y tantas cosas más, todas ellas muy significativas.
 
 
Alguien dijo que vivimos sacrificando lo importante en el altar de lo urgente.
 
Lo triste es que ahora, inmersos en el fragor de las actividades, aturdidos por el ruido de mil tareas, no alcanzamos a evaluar todo lo que estamos perdiendo. Cuando el tiempo nos dé una perspectiva más clara de este engaño, allí apreciaremos, tardíamente, todas las cosas importantes e irrepetibles que hemos desplazado.
 
 
Por entonces yo me preguntaba: ¿Habrá salida para este endiablado ritmo de vida que parecía envolverme? Sí. Había una salida. Y yo la tomé.
 
La noche anterior a su muerte, Jesús hizo una declaración realmente sorprendente.
 
 
 
En la gran oración de Juan 17:4 dijo: “He terminado la obra que me diste que hiciese”. ¿Se equivocó Jesús al decir “he terminado”? Una prostituta había sido perdonada en casa de Simón, pero quedaban infinidad de ellas deambulando perdidas por las calles. Por cada diez paralíticos que él había sanado, quedaban cientos de lisiados.
 
¿Por qué decía que había terminado, si una multitud de leprosos y endemoniados quedaron sin respuesta?
Quizás esto nos sea revelado en los cielos, pero aquella noche final, con muchas tareas útiles que quedaron sin hacer, el Señor tenía paz. Él sabía que había terminado con la obra de Dios.
 
 
Jesús era muy activo, sin embargo nunca sus tiempos estuvieron descontrolados. Él siempre tenía tiempo para la gente. Podía pasar horas hablando con una persona, como el caso de la samaritana en el pozo. Su vida tenía un maravilloso equilibrio.
 
Él tenía una gran habilidad para decir NO y para buscar el tiempo justo para cada cosa. (A muchos de nosotros nos cuesta decir NO) Cuando sus hermanos querían que fuera a Judea, él respondió: “No, mi hora aún no ha llegado” (Juan 7:6).
 
 
 
 
Jesús no permitía que el apuro arruinara sus dones. ¿Pero, dónde encontraba Jesús ese equilibrio tan valioso? ¿En qué fuente bebía para tomar de esta sabiduría? Marcos lo revela cuando dice del Señor: “Y muy de mañana, cuando todavía estaba oscuro, se levantó y salió, se fue a un lugar solitario y allí oraba” (Marcos 1:35).
 
 
Este era el secreto de Jesús, cada mañana buscaba las instrucciones del Padre y eso hacía.
 
Él no manejaba sus propios planes. Discernía la voluntad de Dios día a día en oración. De esta manera él estaba seguro de desviar lo urgente y cumplir con lo importante.
 
 
No permitamos que el diablo nos empuje a errar el blanco.
 
Debes conocer su táctica: cuando él no te puede frenar, te “sobreactiva”. Las dos formas te anulan.
 
 
La vida es preciosa. Cuidémosla. Cada día es irrepetible. Tus hijos y tu esposa te esperan. Debes aprender a decir que NO a algunas cosas… y llegar para estar con ellos, que son tu primer ministerio.
 
 
Por Marcelo Laffitte

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