¿Preguntaste por qué tu hermano no se está congregando? ¿Amas como para preguntar?

Lo que voy a narrarles ahora parece un hecho insignificante, pero muchas veces, detrás de un suceso minúsculo se esconde una falla muy grande.

Un matrimonio muy amigo, los dos de unos 40 años, que viven muy cerca de casa, son muy buenos creyentes. Ellos se congregan desde hace unos diez años en una iglesia cercana de unos 500 miembros, en Buenos Aires.

Nos contaban que por razones que no vienen al caso, el año pasado dejaron de concurrir a las reuniones desde junio hasta la actualidad. Nos explicaron que no es un abandono ni mucho menos, sino un alejamiento transitorio, pero no podían salir del asombro que les provocó una actitud de la iglesia.

La esposa lo contaba así: “No podemos creer que, habiendo sido buenos miembros, sin haber tenido nunca ningún conflicto con nadie, no hayamos recibido, en ocho meses, un solo llamado preguntándonos el motivo de nuestras sucesivas ausencias. ¿A nadie le interesó no vernos? ¿Y si nos hubiésemos enfermado? ¡Ni la congregación ni ninguna persona individualmente tomó el teléfono para saber si necesitábamos algo o si nos habíamos enfriado en la fe! ¿Y el amor que tanto se proclama, dónde quedó?”

Obviamente este doloroso gesto aceleró en ellos el deseo de irse para siempre de esa iglesia.

 

Hace poco conté que el apóstol Juan, el amigo cercano de Jesús, fue el último de los apóstoles en morir. Fue en la Isla de Patmos. Pero hasta último momento Juan se prestó para predicarles a todos los que querían oírle.

Explica un libro de Historia de la Iglesia que era tan viejo que ya no podía caminar. Así que los hermanos lo llevaban en andas.

Lo llamativo es que el viejo apóstol, que hubiese tenido tantas anécdotas para contar de su estrecha amistad con Jesús, en cada sitio donde era invitado a hablar repetía lo mismo, las mismas frases, la misma idea, el mismo énfasis: “Queridos hermanos vengo solamente a recomendarles que se amen…que tengan mucho amor los unos con los otros…que se sirvan y que se ayuden mutuamente…que se amen con todas las fuerzas…” Tres minutos. Y cerraba su prédica. Lo llevaban a otro lado y repetía lo mismo, y en otro lugar, lo mismo…

Alguien le preguntó a Juan: “¿Por qué no cuentas de todo lo que sabes de Jesús, de tus experiencias con él y te empeñas en repetir siempre que se amen?"

Y Juan respondió: “Lo repito porque eso, y nada más que eso es el Evangelio de Jesucristo”.

La iglesia que desairó tan tristemente al matrimonio amigo, ¿habrá entendido esto?

“Como escogidos de Dios revístanse de afecto entrañable y de bondad, humildad, amabilidad y paciencia, de modo que se toleren unos a otros y se perdonen si alguno tiene queja contra otro…Pero encima de todo vístanse de amor que es el vínculo perfecto” (Colosenses 3:12-

Por Marcelo Laffitte

Suscríbete a nuestro boletín de novedades

Te vamos a comunicar lo más destacado.
Solo una vez por semana te enviaremos notas seleccionadas de nuestra web.