La palabra de Dios dice en Romanos 5.5: "Y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado".
El amor de Dios fue derramado en nuestros corazones, eso es un hecho.
En Efesios el apóstol Pablo describe sus características, es un amor sin límites de anchura, de longitud, de profundidad o altura, excede a todo lo conocido.
Es este amor que impulsó la acción misionera de Jesús, abarcando a todos. Recorriendo cada pueblo y ciudad, aun entrando a Samaria, un lugar que los judíos no pisaban, pero el Señor cruzó esa barrera cultural y territorial. Preocupándose por todo tipo de personas, acercándose a los marginados, a los que nadie consideraba, como los pobres, ciegos, leprosos, hambrientos, los que lloraban, pecadores, endemoniados, perseguidos, cautivos, cansados, trabajados, ovejas perdidas de Israel, aun las prostitutas.
Jesús siempre miraba donde estaba la barrera, la separación social y allí dirigía sus pasos. Alcanzó con su amor a los cobradores de impuestos, considerados como traidores a la causa judía, colaboradores de Roma y explotadores de su propio pueblo, nadie se acercaba a ellos. Pero Jesús se rehúsa a dejarlos de lado, ve a Zaqueo y se invita a su casa, luego ve a Mateo (Levi) y le dice sígueme.
El amor de Dios cruzó barreras, nada pudo limitarlo, alcanzó a todos.
Es un amor que derriba los muros de hostilidad, nos llama a predicar a los enemigos, ganarlos para Cristo. Este mandato de bendecir al que nos maldice, orar por el que nos persigue y amarlo, fue una innovación introducida por Jesús, mostrando que, aunque se opongan al mensaje de salvación, Dios no les ha dado la espalda.
Es este amor que fue derramado en nuestros corazones, que nos desafía a cruzar barreras y derribar muros de hostilidad, incluir a todos en nuestra acción misionera.
Pra. Alicia Neumann Centro Cristiano Puerta Abierta, Sáenz Peña, Chaco, Argentina
