Al llegar, Dios se le presentó a Isaías como un rey majestuoso, recordando al profeta de que el verdadero soberano de Israel era Él mismo y en aquel día ante la visión poderosa de la gloria, el profeta sólo pudo decir: "¡Ay de mí! ¡Estoy perdido! Porque soy un hombre de labios impuros... "(v.5).
“El año de la muerte del rey Uzías, vi al Señor excelso y sublime, sentado en un trono; las orlas de su manto llenaban el templo. Entonces grité: « ¡Ay de mí, que estoy perdido! Soy un hombre de labios impuros y vivo en medio de un pueblo de labios blasfemos, ¡y no obstante mis ojos han visto al Rey, al Señor Todopoderoso!» En ese momento voló hacia mí uno de los serafines. Traía en la mano una brasa que, con unas tenazas, había tomado del altar. Con ella me tocó los labios y me dijo: «Mira, esto ha tocado tus labios; tu maldad ha sido borrada, y tu pecado, perdonado».” Isaías 6:1, 5-8


