El que no aplaude ni baila, ¿puede adorar?

Me invitaron a predicar en una iglesia de Buenos Aires. Todo transcurrió con normalidad: tiempo de alabanza, adoración, la Palabra. Al terminar la reunión, el joven que había dirigido la alabanza se me acercó y me dijo, sin rodeos:“Perdone Marcelo que sea tan franco, pero usted me desilusionó. Yo pensé que usted era un hombre muy espiritual… y me encontré con todo lo contrario. En toda la reunión usted nunca aplaudió, nunca levantó las manos, nunca respondió a mis exhortaciones desde la plataforma. Yo esperaba ver algo de fuego en usted… ¡y se quedó quieto todo el tiempo!”

Me quedé escuchando en silencio, dejando que dijera todo lo que sentía. Cuando terminó, le respondí con cariño algo que quiero compartirles hoy, porque creo que esto nos ayudará a reflexionar.

No confundamos formas con fondo
Le dije: “Querido hermano, la forma que Dios estableció para demostrarle nuestro amor no son las manos levantadas, ni los aplausos, ni los gestos externos. Todo eso puede ser hermoso y sincero cuando nace de un corazón rendido, pero no es la prueba suprema de nuestra espiritualidad”. La Biblia es clara. Jesús dijo en Juan 14:21: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él”. ¿Ves? Para el Señor la señal más alta de amor no está en las emociones ni en los gestos… está en la obediencia, le remarqué al joven.

 

La adoración no siempre se mueve
A veces creemos que la única manera de adorar es con mucha expresión externa. Pero Dios también habita en el silencio reverente. Él mismo dice: “Estad quietos y conoced que yo soy Dios” (Salmo 46:10). No todo el que grita ama, ni todo el que está callado es frío. Hay corazones silenciosos que laten muy fuerte por Dios, y hay aplausos vacíos que solo buscan impresionar a los demás. Jesús lo dijo de otra manera en Mateo 15:8: “Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí”.Claro que levantar las manos, cantar y aplaudir son bíblicos y preciosos. Pero no confundamos el gesto con el contenido del corazón. La adoración verdadera no se mide en decibeles ni en movimientos. La adoración se mide en vidas que obedecen, en corazones que se rinden y en decisiones que agradan a Dios aun cuando nadie nos ve.

¿Qué le agrada más a Dios?
Le respondí a este joven con una pregunta: “¿Qué cree que prefiere el Señor? ¿Un aplauso fuerte en la iglesia o un acto de perdón durante la semana? ¿Una mano levantada el domingo o un corazón limpio de orgullo el lunes?”

El aplauso que Dios espera 
Dios no desecha nuestras expresiones visibles, pero espera algo más profundo: Quiere vernos obedecer cuando nadie nos ve. Quiere vernos humildes, puros, dispuestos a perdonar y a servir. Quiere vernos vivir lo que cantamos. El verdadero aplauso que Dios quiere escuchar es el sonido de una vida que le dice sí cada día. Quizá seas de los que se mueven y cantan con todo el corazón… ¡gloria a Dios por eso! O quizá seas más silencioso y tu adoración es interna y profunda. En cualquiera de los dos casos, recordemos siempre esto:

“La obediencia es la mejor forma de adorar. Y la santidad es el lenguaje más hermoso que Dios escucha”. Porque el día que estemos delante de Él, no nos pedirá que repitamos cómo levantábamos las manos. Nos preguntará si hicimos su voluntad.

Por Marcelo Laffitte

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