×

Advertencia

JUser: :_load: No se ha podido cargar al usuario con 'ID': 53

Los cristianos somos el único ejército que mata a sus heridos de guerra

Muchos de nosotros, los cristianos, tenemos la pésima costumbre de quedarnos con algunas frases “célebres” sin pensar lo que podríamos hacer para revertir lo que dicen esas frases. Una es la que expresa que “los cristianos somos el único ejército que mata a sus heridos de guerra”. Definición muy certera lamentablemente, pero, ¿no vamos a hacer nada para remediar esto? ¿O seguiremos repitiéndola como si fuera una genialidad?

Como punto de partida tenemos un texto bíblico que debe motivarnos: “Hermanos, si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo con espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado” (Gálatas 6:1)

Dios se duele profundamente de los que condenan a los caídos en el camino, a los heridos de guerra. Él ama a los restauradores.

El pecado es parte de la realidad de la vida cristiana y constantemente produce estragos en la familia de Dios. Y es un acto de verdadera perversión sumar más dolor al caído criticándolo y aún marginándolo.

¿Pensamos en algún momento que los próximos en desbarrancarse podemos ser nosotros? Lo dice la Biblia.

Otra verdad bíblica nos desnuda a todos: “El que esté libre de pecado, que arroje la primera piedra”.

Correr a contar, casi con alborozo, el pecado que le fue descubierto al hermano Juan es un acto de maldad propio de una persona carnal. Y esa actitud es todo lo contrario de lo que nos enseña la Palabra: “…debemos llorar con el que llora”.


La restauración mal entendida es cuando el liderazgo intenta corregir con enojo y hasta con cierta agresión. Esto, corregir con enojo, precisamente, es lo que termina arruinando el proceso de restauración porque el caído, por el mismo engaño del pecado, ofrecerá cierta resistencia.

Y si queremos que no termine humillado, enojado y que decida nunca más venir a la iglesia, nuestra actitud debe ser de ternura y mansedumbre. Esto se puede lograr sin dejar de lado la firmeza necesaria para esa situación.

Pero insisto que lo que más nos va a ayudar en todo ese proceso es mirar nuestras propias vidas. Y si reconocemos que todos nosotros estamos sujetos a las mismas debilidades, podremos proceder con mucha misericordia.

Y eso permitirá que la Gracia de Dios actúe profundamente en la vida del caído.

Recordemos entonces: Dios nos manda a llorar con el que cae y a ayudarlo a levantarse con espíritu de mansedumbre.
Por Marcelo Laffitte

Suscríbete a nuestro boletín de novedades

Te vamos a comunicar lo más destacado.
Solo una vez por semana te enviaremos notas seleccionadas de nuestra web.