Si Dios cuida de las aves, cuanto más lo hará de ti

El miércoles pasado fue un día brillante en Buenos Aires. Aunque estamos transitando el corazón mismo del invierno, ese día, con un sol radiante, la temperatura trepó a los 30 grados.

“Día ideal para hacer un picnic con nuestra nieta Bruna de 4 años”, pensamos con Hilda. Y así fue. A tres cuadras está una inmensa plaza con una hermosa arboleda que ese día lucía muy poblada de gente.

En un momento dado, Brunita se acostó junto a mí y me pidió que le contara un cuento. Mis relatos son siempre improvisados y tienen la característica que incluyen algunas preguntas que ella debe responder (¡Y cómo las contesta!).

Pensé un poquito y al ver que se habían juntado numerosos pájaros alrededor nuestro, comencé a contarle: “¿Te diste cuenta que es la hora del almuerzo y ninguno de estos miles de pájaros tiene una mamá que los llama a comer a una mesa? En el nido no tienen una heladera con alimentos…ni siquiera el cuidador de esta plaza les prepara algo para el almuerzo… ¿Y vos ves algún pájaro flaquito?”No veo ninguno flaco, respondió la rubia, muy atenta. “¿Vos ves alguno debilucho, que no pueda caminar, o llorando de hambre?” No abu, yo los veo muy contentos…dijo.

“Es que hay alguien que sí se ocupa de alimentarlos… ¿Sabes cómo se llama? Allí Bruna pensó e hizo un silencio, “Se llama Dios y es el mismo al que vos con mamá y papá le oran cada día”.

¿Y cómo los alimenta?, repreguntó. “Dios disemina en todo el mundo semillitas, brotecitos y miguitas de alimentos y ellos revolotean buscándolos, comiéndolos y divirtiéndose al mismo tiempo…y también hay gente buena que les arroja algo de lo que están comiendo, como hace la abu… ¿Y sabes una cosa: ¡Nunca se quedan con hambre!”

Anoche, cuando me senté a escribir esta columna me acordé de Bruna y del cuentito. Y recién anoche recordé que la Palabra de Dios, en los muchos versículos donde nos enseña a no afanarnos por nada, menciona a las aves diciendo: “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? (Mateo 6: 26-30)

Leyendo esto, cada vez que la preocupación se apodere de nosotros deberíamos recordar que si Dios pone tanto cuidado en la comida de las aves cada día, es impensable que se olvide de nosotros, que somos sus hijos. ¿Y quiénes son los hijos de Dios?

Son hijos solamente los que creen, siguen y obedecen a Cristo…o sea todos nosotros. Una verdad que debe ponernos muy felices.

Por Marcelo Laffitte

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