Con Hilda tenemos por costumbre, cada vez que vamos a un restaurante y somos bien atendidos por el camarero, no solamente dejarle la propina del diez por ciento de la cuenta sino también agradecerle muy efusivamente su amabilidad. Hacemos algo más. Yo voy hasta la caja, pregunto por el dueño o encargado y destaco la atención de ese empleado. Las reacciones, tanto del propietario como del camarero, demuestran que esto que hacemos no es común. Dejan a las claras que esta es una época escasa de gratitud.