Del terror al agradecimiento a Dios

"Ayer venía en viaje desde Caracas a mi casa en el Zulia, salimos del terminal de pasajeros a las 6 pm. A eso de las 11:25pm íbamos atravesando la zona boscosa de Yaracuy, los que viajan por allí saben perfectamente, que, en la noche, lo único que se ve allí es oscuridad total y selva; y en un instante, sentimos el estruendo de la explosión de uno de los neumáticos delanteros del expreso, el temblor y zigzagueo de la unidad se hizo presente, todos los pasajeros sabíamos lo que había sucedido y lo que iba a suceder en unos minutos".

Todos decíamos: ¡Un Miguelito, un Miguelito! Para los lectores de otros países que me siguen, les explico; un “miguelito” es un dispositivo metálico puntiagudo de aproximadamente una pulgada de grosor, que los piratas asaltantes de carretera, colocan en las vías, específicamente en zonas aisladas de la población y sin iluminación, con el objetivo de hacer estallar los neumáticos de los vehículos que por allí transitan, y luego, una vez que la unidad automotor se detiene, proceder a asaltar a las personas, y en muchos casos, violar a las mujeres y asesinar si lo desean.

Estas bandas de forajidos están conformadas por grupos de entre diez y quince individuos.

Todos los pasajeros le decíamos al chofer: ¡No te detengas, no te detengas! La unidad continuaba avanzando, pero a mínima velocidad, con cada metro que recorríamos, el neumático se iba destrozando más y más, impidiendo el buen funcionamiento del mecanismo mecánico, sabíamos que en unos minutos la unidad se detendría totalmente y quedaríamos a merced de los ampones.

El chofer de una buseta que nos pasó por el lado nos decía: ¡Ahí vienen los tipos, ahí vienen los tipos! Los gritos de los pasajeros eran ensordecedores, comenzamos a sentir como golpeaban con las cachas de sus armas de fuego las ventanas del expreso. Yo estaba sentado en el primer asiento, en la ventana, exactamente sobre la cabina del chofer. Toda la panorámica estaba ante mis ojos, pegado al vidrio del parabrisas y la ventana. Dentro de mi dije: ok, solo Dios puede librarnos.

 

Yo había estado orando en voz baja, pero puse mis dos manos sobre el parabrisas y comencé a orar fuerte, en voz en cuello, y recordé que Dios me dijo en un viaje que hice el año pasado; que él me había asignado a un ángel guerrero para resguardarme en mis viajes, y dije: Padre, te pido que el ángel guerrero ponga “terror en los que nos aterrorizan en este momento” y declaro este autobús, territorio tuyo, aquí va un hijo y sacerdote tuyo, no podrán entrar, y ninguna de sus armas prosperará. Cuando abro los ojos, veo debajo de mí, por la ventana, a un hombre encapuchado apuntando con una escopeta al chofer que tenía la puerta abierta, y dije: Señor, no le permitas entrar.

Aquel hombre se quedó paralizado apuntando con su arma al chofer, el resto de hampones estaba rodeando la unidad apuntándonos con armas largas, ningún vehículo pasó por allí en esos minutos de terror, yo seguí orando a voz en cuello, y en un instante, de la nada, en plena selva y oscuridad, aparecieron dos patrullas policiales, los oficiales se lanzaron de sus unidades con sus armas desenfundadas, y todos comenzamos a aplaudir y dar gracias, gracias, gracias a Dios por habernos librado del terror nocturno.

Los piratas se lanzaron despavoridos al monte y huyeron, los policías rodearon la unidad para protegernos, y en ese momento, las lágrimas de terror, se convirtieron en lágrimas de agradecimiento a Dios.

Yo me bajé de la unidad, y uno de los oficiales me dijo: No sé qué hacemos nosotros aquí, cómo llegamos aquí.

Me dijo: nosotros estamos destacados en un pequeño pueblito monte adentro, y a la central llegó una alerta de robo, y la operadora les dijo: en alguna parte de la vía, cerca de su comando, están atracando a un bus. El oficial me dijo: salimos sin saber a dónde dirigirnos y en unos minutos detectamos la irregularidad. Yo lo tomé por los hombros y le dije: Dios los envió. El oficial no salía del asombro de lo que había sucedido.

En medio de la confusión, lágrimas, risas, asombro, uno de los policías alumbra con su linterna en lo profundo del monte y bosque, y divisa una pequeña casita; se acerca con otros oficiales, resulta que era una “cauchera” (para mis lectores de otros países) un lugar donde reparan cauchos, para nosotros una gomería. El bus se había detenido exactamente, en medio de la oscuridad total, en ese preciso y “bendito lugar”.

De lo profundo de la humilde casita salió un hombre con todos los implementos necesarios para solventar la situación. Otra vez: Oración de agradecimiento a Dios por su misericordia.

Cambiamos el neumático, los policías se fueron una vez solventado el percance, y continuamos nuestro viaje. Una vez que arrancamos, me comenzó el temblor en las piernas y todo el cuerpo. Apenas estaba reaccionando a lo que acababa de suceder, y Dios me dijo: Hoy experimentaste lo que es: ejercer sacerdocio.

El amigo que estaba a mi lado me dijo: Pastor, ¿usted no se dio cuenta de los que sucedió con el resto de los pasajeros verdad? Me dijo: Usted estaba concentrado en esa oración, y mientras yo lo escuchaba, el temor se iba de mí, y comencé a llenarme de fe, y todos los que estaban gritando, dejaron de hacerlo y comenzaron a seguir su oración, todos estábamos orando con usted.

Hoy muchos se esfuerzan y se ufanan por estar bajo la cobertura de fulano de tal. Le diré algo: La mejor cobertura; es la de Dios.

Nuestro Padre celestial es: BUENO, SIEMPRE BUENO. Dios será el TERROR de aquellos que te quieran aterrorizar:

“Ninguna arma forjada contra ti prosperará, y condenarás toda lengua que se levante contra ti en juicio. Esta es la herencia de los siervos de Jehová, y su salvación de mí vendrá, dijo Jehová” (Is 54:17)  

“No temerás al terror nocturno, ni saeta que vuele de día” (Salm 91:5)

José Mavárez

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