Dios te perdonó... ¿te perdonaste vos?

Estuve conversando más de una hora con un hermano “nuevo” en la fe. Digo “nuevo” porque hace apenas un año comenzó a transitar el camino con Jesucristo. Noté que es un lector incansable de la Biblia y de autores como R. C. Sproul, Charles Spurgeon, George Müller y otros grandes teólogos. Tiene buen entendimiento del evangelio, pero detecté una debilidad muy seria: todavía lo atormenta su vida pasada.

 

—Yo no siento que he sido perdonado… creo que le va a llevar mucho tiempo a Dios limpiarme de tantos errores y mentiras —me confesó.
 
No es un caso aislado. En nuestras iglesias hay muchas personas a las que Dios ya perdonó… pero que ellas mismas aún no se han perdonado. Y al no hacerlo, sin darse cuenta, empequeñecen la Cruz de Cristo, como si el sacrificio de Jesús no hubiera sido suficiente para borrar toda culpa. Esa frase de mi amigo —“Yo no siento que he sido perdonado…”— revela que está tomando el camino equivocado: dejarse guiar por sus emociones y sentimientos, en lugar de por la verdad de la Palabra y la fe.
 
 
La Biblia es clara al respecto: “El que confía en su propio corazón es necio; más el que camina en sabiduría será librado” (Proverbios 28:26). Confiar en el propio corazón es vivir guiados por los “yo siento”. Caminar en sabiduría es basar nuestra vida en lo que dice la Palabra, que muchas veces contradice lo que sentimos.
 
Guiarnos por los sentimientos es mal camino. Guiarnos por las convicciones que nos da la Biblia es el correcto.
 
Existe una culpa que podríamos llamar “saludable”: aquella que sentimos cuando reconocemos el mal que hemos hecho y nos produce remordimiento, pero que luego da paso al gozo inmenso de sabernos perdonados. Esa culpa mira hacia atrás solo para agradecer por todo lo que Dios nos redimió, no para revivirlo una y otra vez.
 
La culpa saludable nos lleva a la libertad, y la libertad nos conduce a la gratitud. Y una vida que vive agradecida es una vida que honra a Cristo.
 
 
Si Dios ya te perdonó, no sigas viviendo como si no lo hubiera hecho. Cree y descansa en su promesa: “Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad” (1 Juan 1:9).
 
“Aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos” (Isaías 1:18).
 
La gracia de Dios no se mide por lo que sientes, sino por lo que Él ya hizo por ti en la cruz y está escrito en la Palabra.
 
Por Marcelo Laffitte

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