¿Qué muestra nuestro testimonio?

¿Ha reflexionado alguna vez sobre el enorme valor que tiene el testimonio en la vida de un cristiano? Si analizáramos en detalle el impacto de un buen testimonio personal, nos alegraríamos al ver que, además de ser un motivo de honra para nosotros y nuestra familia, es una poderosa herramienta de evangelización.

 

Pero, ¿qué sucede cuando ese testimonio deja mucho que desear? Si la gente percibe una contradicción entre lo que decimos y lo que hacemos, el resultado es inevitable: se siembra el descrédito y el evangelio pierde credibilidad ante sus ojos.
 
Tengo una convicción muy personal al respecto. Podemos cuidar nuestra imagen cumpliendo con cada requisito de la iglesia: asistir a todas las reuniones, dar con generosidad, colaborar en cada tarea… pero todo esto se vuelve secundario si descuidamos nuestra boca. Porque a través de ella transmitimos un testimonio que puede atraer o alejar a las personas.
 
Vale la pena detenernos en un versículo de profundo significado, al que muchas veces no le damos la importancia que merece. En Lucas 6:45 Jesús nos advierte:
"El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca."
 
Este pasaje tiene un significado profundo: nuestras palabras reflejan el contenido de nuestro corazón. Lo que decimos, tanto en momentos de calma como en situaciones de presión, revela lo que realmente albergamos dentro: nuestros valores, pensamientos y actitudes. En una palabra: lo que decimos muestra lo que verdaderamente somos.
 
Jesús compara el corazón con un tesoro, un depósito donde acumulamos pensamientos, emociones y creencias. Si lo llenamos de cosas buenas—amor, verdad, gratitud, fe—, nuestras palabras reflejarán esas virtudes. Si lo llenamos de resentimiento, envidia o ira, inevitablemente nuestras palabras lo mostrarán.
 
Nuestras palabras no son solo sonidos; son una manifestación de lo que cultivamos en nuestro interior. Esto se nota especialmente en momentos de crisis, cuando lo que hemos alimentado en nuestro corazón se expresa sin filtros.
 
Para cambiar nuestra manera de hablar, no basta con reconocer mil veces que hemos hablado de más, o que nos “hemos ido de boca” y pedir perdón. Necesitamos transformar el corazón.
 
¿Y cómo se logra semejante cosa? No es nada difícil: Esto se logra buscando a Dios, meditando en Su Palabra y dejando que el Espíritu Santo renueve nuestra mente y emociones.
 
Nuestra hija menor y su esposo tienen un centro cultural muy próspero. Pero ellos en lugar de hablar siempre de competencia y ganancias personales, constantemente expresan gratitud y hablan de cómo ayudar a sus doce empleados y contribuir a la comunidad. Sus palabras reflejan un corazón lleno de generosidad y propósito.
 
Para asegurarnos de que nuestras palabras reflejen un corazón limpio y alineado con Dios, es clave recordar esta sencilla fórmula que les dejo:
• Pasar tiempo con Dios en oración y en Su Palabra.
• Evitar alimentar el corazón con negatividad (chismes, quejas, rencor). Para lograr esto hay que seleccionar muy bien a nuestras amistades.
• Practicar la gratitud y el amor en nuestras relaciones.
 
Por Marcelo Laffitte
 

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