La batalla invisible

En el mundo cristiano, existen dos extremos peligrosos al abordar el tema de los demonios. Por un lado, aquellos que ven manifestaciones demoníacas en cada situación problemática; por otro lado, los que olvidan o subestiman que hay un enemigo espiritual activo que trabaja incansablemente para destruir a los hijos de Dios. Ambos extremos pueden llevarnos a una vida espiritual desequilibrada o trágica.

 

La Escritura es clara al respecto: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernantes de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12). Este versículo nos recuerda que nuestra batalla no es visible, pero es constante. Los demonios son persistentes; nunca se quitan el "overol de trabajo". Su campo favorito es la mente del cristiano, porque saben que ahí comienza todo.
 
Los demonios son estrategas experimentados.
Si ven un matrimonio floreciente, buscarán sembrar discordia.
Si se topan con una pareja de novios comprometida a vivir en santidad, intentarán introducir pensamientos impuros.
Cuando encuentran creyentes trabajando en la obra de Dios —ya sea como misioneros, en ministerios de compasión, o destacándose como luz en medio de su entorno—, desatan sus tácticas más elaboradas para desalentar, confundir y dividir.
 
Recientemente, mi esposa Hilda y yo tuvimos una experiencia que ilustra esta realidad. Una discusión aparentemente trivial nos dejó tan tristes y distantes que casi no pudimos trabajar durante el día.
Al atardecer, Hilda, con su sabiduría espiritual, me dijo: “No nos estamos dando cuenta de que el diablo nos ha enredado. Oremos, por favor”. En ese momento, nos arrodillamos, pedimos perdón a Dios y entre nosotros mismos, y en el poderoso nombre de Jesús expulsamos la influencia de las tinieblas. La paz regresó inmediatamente.
 
La clave para lidiar con esta batalla está en el equilibrio. No podemos ignorar la actividad demoníaca, pero tampoco debemos caer en el error de obsesionarnos con ella. Jesús mismo nos dio el ejemplo al no hacer un espectáculo de los demonios, sino expulsarlos con autoridad (Marcos 1:25-27). Su enfoque no estaba en ellos, sino en proclamar el reino de Dios.
 
Les sugiero tres pasos prácticos para resistir al enemigo:
1.- Reconocer la fuente del conflicto: Antes de reaccionar emocionalmente, evalúa si la situación tiene raíces espirituales. Pregúntate: ¿Esto busca dividir, desanimar o desviar mi enfoque de Dios?
 
2.-Armarse espiritualmente: Efesios 6:10-18 nos invita a vestirnos con la armadura de Dios, que incluye la verdad, la justicia, la fe, el evangelio de la paz, la salvación y la espada del Espíritu (la Palabra de Dios). Esto no es simbólico, sino un recordatorio de que necesitamos detrás nuestro una vida devocional activa y una dependencia constante de Dios.
 
3.-Orar con autoridad: Santiago 4:7 dice: “Sométanse a Dios, resistan al diablo, y él huirá de ustedes”. La oración no solo fortalece nuestra relación con Dios, sino que también es un arma poderosa para desbaratar los planes del enemigo tal como hicimos con Hilda.
 
Aunque enfrentemos esta batalla, no debemos temer. La victoria ya ha sido asegurada por Cristo en la cruz. Como dice 1 Pedro 5:10: “Y después de que ustedes hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables”.
 
Nuestra vida no debe girar en torno a los demonios, sino en torno a Cristo. Hay iglesias donde se habla más del diablo que de Dios.
Si ponemos nuestros ojos en Él, caminaremos con confianza, sabiendo que el que está en nosotros es mayor que el que está en el mundo (1 Juan 4:4). Recordemos que no estamos solos; el Espíritu Santo nos guía y nos fortalece en cada paso del camino.
 
Por Marcelo Laffitte
 

Suscríbete a nuestro boletín de novedades

Te vamos a comunicar lo más destacado.
Solo una vez por semana te enviaremos notas seleccionadas de nuestra web.