¿Vives la plenitud de gozo?

Al mirar a muchas de nuestras iglesias, siento una profunda tristeza. Hay un aire de apatía, una falta de motivación que se percibe en los rostros y en las actitudes. La asistencia a la iglesia se ha reducido para muchos a un simple ritual: llegar, sentarse, escuchar, y al terminar, volver a casa como si nada hubiera pasado.

 

Es como si la demanda del evangelio hubiera disminuido a una mera formalidad, y ser cristiano se limitara a ocupar un asiento en el templo una vez a la semana.
 
Pero ¿es eso lo que quiso Jesús cuando dijo: "¿He venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10)?
 
¿Me pregunto si en nuestras comunidades realmente entendemos lo que significa experimentar esa vida plena en Cristo?
Me pregunto también: ¿Cuántos serán, en toda una congregación los que viven esa transformación profunda que debería marcar la diferencia entre un cristiano y alguien que no lo es? ¿Alcanzarán a ser diez, quince?
 
Por supuesto, hay enseñanza en la mayoría de nuestras iglesias. Aprendemos sobre los viajes de Pablo, la liberación de Israel de Egipto, y los fascinantes relatos de personajes como José. Estas historias son esenciales, pero parecen quedarse en un nivel puramente informativo. Dice la Palabra: “Porque la letra mata, pero el Espíritu vivifica” (2 Corintios 3:6).
 
¿Qué pasa con el día a día de los creyentes? ¿Quién enseña sobre cómo disfrutar de la presencia de Dios cada día? ¿Quién nos ayuda a entender cómo experimentar esa plenitud de la que habla Jesús, más allá de las palabras y las historias? Pero por favor que el que las enseñe, las experimente en su propia vida…
 
El conocimiento bíblico, por sí solo, no transforma vidas. Algo tiene que pasar en nuestro interior. “No se conformen a este mundo, sino transfórmense por medio de la renovación de su mente, para que comprueben cuál es la voluntad de Dios: buena, agradable y perfecta” (Romanos 12:2).
 
Debemos pasar de acumular información a vivir una relación vibrante y transformadora con Jesús. Sin eso, nuestras iglesias se convierten en lugares de rutina, no de vida.
 
La vida abundante que Jesús promete no es un añadido opcional al evangelio, es el corazón mismo de la fe cristiana. Es una invitación a vivir cada día con propósito, alegría y plenitud. Es sentir que su Espíritu nos guía, nos renueva y nos impulsa a ser luz en un mundo lleno de oscuridad.
 
Como dice el salmista: “En tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre” (Salmos 16:11).
 
Entonces, ¿qué podemos hacer? Creo que debemos volver a las bases, pero no para repetirlas como un mantra, sino para vivenciarlas.
Necesitamos líderes y maestros que nos desafíen a experimentar a Cristo, no solo a conocerlo.
 
Que esos maestros puedan mostrarnos que tienen una nueva vida, que no se limiten a contarnos. Que nos puedan decir bien seguros: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Corintios 11:1). La iglesia tiene que dejar de contar, porque la gente quiere ver.
 
Necesitamos comunidades donde el mensaje del domingo sea motivo de reflexión, discusión y acción durante la semana. Necesitamos reenfocar nuestra enseñanza en el gozo y la plenitud de seguir a Cristo, en cómo su presencia cambia radicalmente nuestras vidas.
 
El cambio empieza por cada uno de nosotros. Preguntémonos: ¿Estoy viviendo esa vida abundante que Cristo promete? Si la respuesta es no, es hora de buscar más, de exigir más, no de la iglesia o del pastor, sino de “nuestra relación con Dios”. Personalmente, creo que allí estamos fallando, en “nuestra relación con Dios”. En la falta de lectura y obediencia a la Biblia.
 
El Señor nos enseña: “Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39). Parece un consejo viejo y repetido, pero ¡no hay nada mejor! ¡creo que por allí pasa la cosa! Los desafío a que prueben este camino inequívoco.
 
 
Recuerden esto: Pueblo que no lee, y no vive las Escrituras, pueblo que se seca.
Que nuestras iglesias no sean lugares donde simplemente "cumplimos", sino donde encontramos la vida que transforma y da sentido.
Porque de eso se trata el evangelio: no de rituales, sino de VIDA.
 
Por Marcelo Laffitte

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