En otras palabras, Pablo le pide a los corintios que se hagan una pregunta y que la contesten con toda sinceridad. Esa pregunta es: “¿Soy realmente un buen cristiano?”. Y lo que espera el apóstol es que todas aquellas cosas torcidas que sabemos que no agradan al Señor, las corrijamos de inmediato.
Si al mirarse por dentro algunos aceptan, con toda honestidad intelectual, que no están caminando bien en el aspecto espiritual, permítanme animarlos con dos buenas noticias:
Primera: Recuerden que en el Evangelio de Jesucristo siempre se puede comenzar de nuevo. Y segundo, aunque comprueben que no están en el nivel que deberían estar, sepan que ya no están más en el nivel que tenían cuando recién llegaron al Señor. Vayamos ahora a lo prometido. ¿Cómo saber si estamos creciendo o si estamos estancados o, en el peor de los casos, involucionando?
Debe haber muchos más factores, pero el crecimiento se mide, básicamente, por tres principios: 1) Por una santidad creciente, 2) Por un testimonio cada vez más límpido y 3) Por una luz que debe ir en aumento y que permita entender cada vez más la Palabra de Dios. Y un cuarto punto que es sumamente importante. Yo diría que es clave: Debemos notar que lo que vamos aprendiendo lo convertimos en vida.
Desglosemos un poco: ¿Cómo sabemos que nuestra santidad está creciendo y que está viva en nosotros? No solo proponiéndonos abandonar lo que sabemos que desagrada a Dios y que son las debilidades “gordas” de nuestra vida: abandonar las palabras groseras (“Donde sale agua dulce no puede salir agua amarga”. Santiago 3: 11-13), no robar más, no trampear más, no fumar (“No me dejaré dominar por ninguna cosa”. 1 Corintios 6:12), no drogarme, no mentir más, no adulterar, etc.
Comprobamos que le damos importancia a la integridad cuando nos sorprendemos pecando y nos llenamos de vergüenza y de dolor.
Antes de conocer a Cristo no sentíamos nada al pecar porque teníamos nuestra conciencia muerta, cauterizada) El que no tiene santidad se lo pasa buscando excusas y justificaciones. En cambio, cuando nuestra santidad es importante en nuestra vida, imploramos misericordia por nuestros pecados…y los vamos abandonando.
Dijimos que nuestro crecimiento se debe medir también por un testimonio que debe ser cada día más limpio y transparente.
¿Qué es el testimonio? Es, para decirlo en pocas palabras, nuestra forma de vivir. Es la exteriorización de la tabla de valores que tenemos en nuestro interior. Tener un testimonio cristiano es, en términos prácticos, ser ejemplo para nuestros hijos, es ser fiel con la esposa, cumplidores con el trabajo, atentos con la gente, correctos en los deportes, honestos en nuestros negocios…en síntesis: obedientes con el Señor.
Y expresé que un indicador clave para comprobar nuestra evolución espiritual es notar que cada día entendemos un poco más de la Biblia. Nuestro libro de cabecera. Nuestra guía divina.
Tenemos que descubrir que podemos penetrar en la profundidad de la Palabra sin que otros nos la mastiquen primero. Y que Dios se nos revela y se nos muestra de una manera clara e imponente. (No digo que sea malo tener un maestro o mentor, al contrario, es bueno y todos deberían tenerlo, digo que debemos comprobar que por nuestra cuenta vamos entendiendo cada vez un poquito más a Dios)
Si en ese autoexamen hacen un diagnóstico certero, crean que ya tienen la mitad de la batalla ganada.
Por Marcelo Laffitte