Ser como somos. Qué fácil y qué agradable. Y qué bueno para quienes nos rodean.
En cambio, que tragedia es pasarnos la vida fingiendo. Disfrazándonos de acuerdo con la situación. Poniéndonos caretas. Simulando.
Hay gente que gasta mucha energía tratando de mostrar la “cara exitosa de sus vidas”. Hay burros que por mucho tiempo han simulado ser caballos de raza, pero de pronto se descuidan y les sale un rebuzno.
El ser humano es un gran simulador y por ende un gran mentiroso. Gastamos una enorme cantidad de esfuerzo para impresionar a la gente. “Yo soy abogada”. “Nosotros tenemos casa en Miami”. “Acabamos de regresar de Europa”. “Tenemos dos hijos que estudian en Harvard” …
Detestamos contar nuestras batallas perdidas. El negocio es mostrarnos siempre felices, realizados, sin problemas. Y generalmente es tan burda la actuación que todos se dan cuenta.
En esencia, la "hipocresía" se refiere al acto de afirmar creer en algo, pero actuar de una manera diferente. La palabra bíblica se deriva del término griego que se usa para "actor" (literalmente, "uno que usa una máscara"), en otras palabras, alguien que finge ser lo que no es.
Dijo el General San Martín: “Serás lo que debas ser, y si no, no serás nada”.
Y dice la Palabra de Dios: Mateo 23:27-28 (NVI): "¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, porque son semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera lucen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda clase de impurezas. Así son ustedes: por fuera parecen justos ante los demás, pero por dentro están llenos de hipocresía y de maldad."
Efesios 4:25 (NVI): "Por lo tanto, dejando a un lado la mentira, hablemos todos la verdad a nuestro prójimo, porque todos somos miembros de un mismo cuerpo."
Marcelo Laffitte