La integridad proviene del corazón, de un corazón que anhela ser agradable ante la vista de Dios aunque esto cause el rechazo o la burla de muchos. La verdadera integridad no es ser perfecto, es humillarnos, arrepentirnos, y obedecer a Dios aún cuando nadie está viendo.

La recompensa viene de Él pero más que esperar una recompensa el mantenernos en integridad nos da bienestar, apartarnos de lo que contamina nuestro corazón nos lleva a tener paz. La falta de integridad obstaculiza nuestra relación con Dios.