“No había herreros en la tierra de Israel en esos días. Los filisteos no los permitían, por miedo a que forjaran espadas y lanzas para los hebreos. Por eso el día de la batalla, nadie del pueblo de Israel tenía espada o lanza, excepto Saúl y Jonatán”.

Había una lucha desigual, por un lado los filisteos tenían la mejor tecnología bélica de la época; el ejército hebreo sólo dos espadas, pero con las cuales Dios les dio la victoria.

Te sentís enfrentando una lucha desigual: una deuda con dos monedas, una enfermedad terminal con dos aspirinas; pero debés recordar que Dios siempre puede usar lo poco que tenés, para hacer un milagro extraordinario.

Enfrentá la batalla con fe, no te rindas, la victoria es la herencia de los hijos de Dios.

Orá así: Padre Dios, creo que con mis armas limitadas puedo derrotar a un gran ejército. Me levanto en fe para batallar hasta la victoria. En el Nombre de Jesús, amén.
¡Bendecido Jueves!