Testimonio: "hablar con sabiduría es mejor que hablar mucho"

¿Tiene usted entre sus amistades a alguien que no pueda dosificar las palabras y que, apenas atiende el teléfono, lo inunda con una montaña de relatos, comentarios, noticias… y hasta chismes? Creo que todos cargamos con esa pequeña cruz.

 

En esta era de charlas virtuales y mensajes instantáneos, alguien debería implementar un curso por Zoom sobre "cómo mantener una conversación agradable". ¡Sería un verdadero servicio a la humanidad!
 
Hace un año tomé una decisión dolorosa: dejé de atender el teléfono a un conocido que, a pesar de ser una buena persona y muy correcto en todo sentido, sufría de lo que podríamos llamar incontinencia verbal, es decir, la incapacidad de hacer silencio, de escuchar y de dar lugar al otro. Me agotó la paciencia. Soporté durante años sus relatos interminables, muchas veces aburridos, en los que nombraba personas que yo no conocía y detallaba situaciones que no me interesaban en lo más mínimo. Una vez, mientras estaba en la sala de espera del médico, con algunos resultados en la mano que me tenían bastante inquieto, sonó el celular. Era él. Pensé que podía distraerme unos minutos charlando, pero fue todo lo contrario. Estuvo más de diez minutos hablando sin parar. No preguntó cómo estaba. No me dejó decir una palabra. Terminó la llamada con un “bueno, te dejo porque me están esperando”, sin saber que yo había estado todo ese tiempo en silencio. Cuando corté, sentí una tristeza profunda. No era enojo… era soledad en medio del ruido. Mi último intento fue advertirle con cariño que esa manera de comunicarse le haría perder amigos si no la modificaba. Pero no hubo cambio. Evidentemente, era más fuerte que él.
 
Comparto esta reflexión porque sé que muchos han perdido amigos muy valiosos por causas como esta. La buena comunicación no se trata de hablar mucho, sino de hablar con sabiduría, escuchar con atención y respetar los tiempos del otro.
 
La Biblia lo expresa con claridad: “El necio da rienda suelta a toda su ira, pero el sabio al fin la sosiega” (Proverbios 29:11).
Y también: “Sea pronto para oír, tardo para hablar y tardo para airarse” (Santiago 1:19).
No se trata de silenciarnos, sino de aprender a edificar con nuestras palabras, como enseña Efesios 4:29: “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes.”
 
A veces el silencio oportuno habla más que mil palabras. Y la empatía se demuestra no solo con consejos sabios, sino también con oídos atentos.
El arte de callar a tiempo y de hablar con amor también es una forma de amar.
 
Por Marcelo Laffitte

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