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Testimonio: pastores evangélicos con los presos más temidos de Rosario

El 21 de noviembre pasado, la escenografía morbosa de un doble crimen era un mural recién pintado de San La Muerte o, como se nombra en México, la Niña Blanca. En medio de casas precarias, mugre y yuyos, lo único que se destacaba era el dibujo de la calavera con la guadaña. Ese día fueron asesinados con decenas de tiros Francisco García y Karina Ferreyra. Ambos tenían 23 años y manejaban un búnker, que después del crimen fue incendiado, en el barrio Gráfico, en el oeste de Rosario.

Ese mural tenía un sentido en ese lugar, que se alimentaba con violencia y con sangre. Los santuarios para venerar a estas figuras paganas se diseminan por toda la ciudad, y también dentro de las cárceles, donde ahora se controla en las requisas que no se realicen altares de este tipo. Lo que exaltan en torno al gobernador de Santa Fe, Maximiliano Pullaro, es que los pastores evangélicos, que se transformaron en aliados, generaron cambios en los comportamientos de jóvenes que provocaron pánico y muerte en la ciudad. Hace poco más de un mes, un pastor evangélico que visita de manera frecuente el pabellón de alto perfil N°27 de la cárcel de Piñero recibió una carta de un grupo de presos, a los que apodaban “los diablos”. La había escrito de puño y letra uno de los narcos más violentos de Rosario, Matías César, a quien se lo conoce en el mundo criminal como Pino. Este muchacho, de 27 años, que se sacaba fotos con cadenas que le colgaban del cuello con dijes de San La Muerte, cumple una condena de 20 años de prisión por balear edificios judiciales y residencias de magistrados en nombre de la banda de Los Monos. Fue uno de los responsables de desangrar la zona oeste de Rosario, con enfrentamientos contra una franquicia de Esteban Alvarado, liderada por Francisco Riquelme. Todos estaban presos y ordenaban a sus sicarios reventarse a tiros para controlar el territorio.

Matías César encarna además una historia familiar atravesada por las balas que pertenecían a quienes luego él sirvió, como Ariel “Guille” Cantero. Porque cuando Pino tenía 14 años, Los Monos acribillaron a su familia. Él después estuvo bajo las órdenes de los ejecutores de esa masacre familiar que ocurrió en 2013. La situación parece irradiar una especie de síndrome de Estocolmo: la víctima se acerca a los verdugos de su familia y se mimetiza con ellos. Dos días después del crimen de Claudio “Pájaro” Cantero, asesinado el 26 de mayo de 2013, Los Monos salieron a vengar su muerte de manera desenfrenada. Uno de los señalados por mensajes que les llegaban por Facebook era Milton César, un pibe del barrio La Tablada apuntado como uno de los posibles sicarios. La información era falsa, pero Los Monos habían decidido extinguir a los César. Mataron a Nahuel y a Norma, su hermano y su madre, y a la pareja de ella, frente a una escuela en Francia y Acevedo. Años después, Matías César, primo de Milton, se enroló en la banda de los asesinos de su propia familia. Milton intentó suicidarse en la cárcel. En la carta que le envió al pastor que visita Piñero, Matías César le contó que hacía un año había dejado “la vieja vida”, aquella cargada con balas, sicarios y muerte. “Hasta el 9 de octubre de 2023 veneraba a San La Muerte. Durante seis años fui devoto de San La Muerte, de la magia negra y la macumba. Por el diablo mataron a mi padre en abril de 2020. Me autodestruí y también mi familia”, escribió el recluso en la carta, en la que manifiesta que junto a otros siete presos de alto perfil abandonaron esos ritos. ¿Es posible creerle a una persona que provocó crímenes y destruyó familias enteras al ordenar ejecuciones desde la cárcel? Los pastores que trabajan con los presos consideran que sí. Ellos afirman que todos pueden cambiar.

En el gobierno de Santa Fe están convencidos de que una de las explicaciones colaterales detrás de la pronunciada baja de homicidios, pese a los episodios de violencia recientes, tiene que ver con la lucha silenciosa contra estos “santos” paganos que “promueven la violencia, la sangre y el caos”. En torno al gobernador piensan que en Rosario el crimen organizado tiene un sustento místico que creció en los últimos años, con la veneración de “santos” como San La Muerte. Sostienen que se trata de un fenómeno que se impuso desde hace por lo menos dos décadas en países que atraviesan problemas endémicos con la violencia como Colombia, Venezuela, México y Ecuador. La baja de un 66,5% en los homicidios en Rosario desde enero a septiembre es más profunda de lo que el propio gobierno provincial y nacional imaginaron cuando asumieron en diciembre pasado bajo la urgencia de cumplir con uno de los principales ejes de campaña. El salto en las cifras es categórico: de 209 asesinatos en los primeros nueve meses de 2023 a 70 este año. Sin embargo, como sucedió este fin de semana largo, la violencia amenaza recrudecer. Mataron a tres personas entre el viernes y el domingo. En todos los casos se usaron sicarios, asesinos a sueldo, que luego van a parar a los pabellones de alto perfil cuando las investigaciones avanzan y se identifican a quienes usaron las pistolas para eliminar a alguien. Pullaro pone en un lugar de peso el trabajo de los pastores, tanto en las cárceles como en los barrios, donde realizan una tarea evangelizadora, con más de 15.000 religiosos que salen a las calles casi a diario. Cuando el gobernador explica el fenómeno, con un fuerte nivel de convencimiento, del otro lado aparece cierta sorpresa. No es usual ese razonamiento en la política actual. Lo que no está en discusión son las estadísticas, con el descenso más acentuado de asesinatos en la última década. Hay varias razones que explican la baja de homicidios, tal como se expone desde la primera producción de esta serie,entre los que se encuentran los mayores controles en las cárceles, el incremento de los patrullajes de fuerzas federales y de la policía de Santa Fe, los cambios en la Justicia - tanto provincial como federal- y la aplicación de la llamada desfederalización del narcomenudeo. A lo que se suma, como indican distintas fuentes, una mayor incidencia en la regulación de la venta de drogas por parte de las fuerzas de seguridad. Pero lo que sorprende es que este plano, más cercano a lo religioso, también esté en el análisis.

 
 

Oscar Sensini, que lidera El Redil de Cristo y trabaja desde hace 30 años en las prisiones, señala en diálogo con LA NACION que “el quiebre de las personas es cuando llegan al lugar más bajo”. Cuenta como ejemplo de ese cambio que un expresidiario que lo quiso secuestrar hoy es pastor. En las cárceles el trabajo evangelizador es clave, según Sensini. Ellos trabajan con “líderes”, que son presos que ganaron confianza y son los referentes de los pabellones. “Hay gente que puede salir. Hay que tocarle no solo el corazón sino la mente”, advierte. Período de prueba en los pabellones evangelistas “Los líderes van al ingreso a convencer a los internos para que vayan a los pabellones evangelistas. Hay un periodo de prueba de 30 días. Tienen que cumplir todas las reglas. Si uno no ve que hicieron un cambio, se van a otro pabellón. Es simple”, explica Sensini. “Es muy fuerte que muchos agentes del Servicio Penitenciario se hacen evangelistas porque ven lo que pasa con los presos”, apunta. David Sensini, hijo de Oscar y también pastor, es asesor ad honorem de la vicegobernadora Gisela Scaglia. Los pastores evangélicos ganaron terreno en el gobierno de Pullaro, con uno de los principales referentes locales, como es el diputado provincial Walter Ghione, un aliado incondicional de la actual gestión y uno de los impulsores de la reforma constitucional. La influencia y la penetración que tiene este sector religioso en las cárceles y en los barrios más golpeados por la violencia provocó un fuerte compromiso del gobierno de la provincia, que delegó en los evangélicos la Agencia de Prevención de Consumo de Drogas y Tratamiento Integral de las Adicciones y el Centro Especializado de Responsabilidad Penal Juvenil, dos dependencias que atienden problemas complejos en Rosario.

 En este momento político, recargado de pragmatismo y con horizontes difusos, aparece la necesidad de mostrar más resultados que ideas creativas. Los evangélicos aportan un compromiso “militante” que no tiene ningún partido, no solo a nivel de volumen, sino también en términos de efectividad. Las congregaciones Portal del Cielo y El Redil de Cristo son las que tienen más poder dentro de las cárceles de Piñero y Coronda. Empezaron a fines de la década del 80 a evangelizar a los presos. Hoy tienen más de 120 pastores dedicados al trabajo dentro de las prisiones. En una de las reuniones que realizan los jueves y domingos en la iglesia Redil de Cristo en Rosario, el pastor David Sensini pide a los feligreses que aquellos que estuvieron presos se identifiquen. Un tercio de la sala levanta la mano, cierra sus ojos y baja su cabeza. Uno de ellos es Víctor Pereyra, vestido de traje negro y corbata, exrecluso de Piñero, que hoy es dueño de una verdulería y hace tareas de mantenimiento en edificios. “No quiero volver atrás. Hoy tengo una familia a la que cuidar”, dice.
 
Una banda pop empieza a tocar. Las luces se encienden y apuntan al público, mientras tres cámaras de TV enfocan distintos planos para los que siguen la ceremonia por un canal de YouTube. “Nadie más va a ir a la cárcel. Ni tus hijos ni tus nietos. Es posible el cambio”, grita el pastor con la mano en alto. “Los que no quieren cambiar duran poco tiempo en los pabellones evangélicos”, confirma Rubén Muñoz, pastor de Portal del Cielo, que estuvo detenido durante dos años por robo. Uno de los que pasó por tres pabellones evangélicos fue Ariel “Guille” Cantero, sicario de Los Monos. Es hijo del fundador de la organización narco. El 2 de marzo de 2021 fue condenado a 18 años de prisión por asesinar el 22 de julio de 2019 de un disparo en la nuca al policía Cristian Ibarra. “Tuvimos que pedir su traslado porque nos dimos cuenta que no había cambiado”, señala Muñoz. “Los jefes narco que quieren un tiempo de tranquilidad tienen que pagar para estar acá”, advierte un preso de 38 años, condenado por asesinato, que pide que no se revele su nombre.Enrique Ribello, el pastor que lidera la congregación Portal del Cielo, niega que cobren tarifas de alojamiento a jefes narco, aunque admite que en esos pabellones han estado varios integrantes del clan criminal Los Monos. “Sabemos que el 30 por ciento de los que quieren ir a un pabellón evangélico lo hacen para refugiarse. Nosotros trabajamos con todos”, apunta. Para él ese es un problema permanente dentro de la cárcel. “Nosotros garantizamos la paz” El pastor de Portal del Cielo afirma que vive amenazado. “Los narcos quieren apoderarse de los pabellones evangélicos porque para ellos es un negocio”, dice. “Desde 2001, cuando empezó a hacerse más intenso el trabajo en las cárceles, no hay más motines. Tenemos el gobierno de la cárcel. Porque logramos bajar la violencia”, continúa Ribello, a quien todos los presidiarios conocen con el alias de Tedy. El manejo de cada pabellón evangélico está a cargo de diez presos llamados “líderes”, que tienen unos 15 ayudantes. “Ellos se encargan de controlar todo. Trabajan además con los internos que ingresan. Hay que escucharlos. Dejar que se descarguen”, sostiene Eric Gallardo, uno de los líderes. “Nosotros garantizamos la paz”, recalca Ribello, que una vez al año viaja a Estados Unidos a capacitar a pastores que trabajan en las cárceles de ese país. Toda la estructura de los evangélicos dentro de la prisión se financia con el “diezmo”, según detalla.
 
“No usamos facas sino la biblia para tomar un pabellón”, afirma el pastor pentecostal Sergio Prada, que concurre una vez por semana a la cárcel de Piñero. El religioso advierte que el preso que quiere ir a un pabellón evangélico debe cumplir reglas de conducta, como orar tres veces al día, dejar todo tipo de adicción, tanto a las drogas como al alcohol y al tabaco, y no pelear. Rodeado de 90 presos en el pabellón Nº19 de Piñero, Prada grita que “ese hombre viejo tiene que morir”. Anguilante, uno de los reclusos, cierra los ojos y llora. Él dice que “sepultó” a ese otro hombre, al asesino que está preso desde hace siete años. “No todos pueden, pero hay que intentarlo”, aclara el pastor. A la semana siguiente, repite el mismo ritual en el pabellón Nº20. Allí está Darío Berón, de 30 años, quien fue jugador profesional de fútbol. Debutó el 1 de diciembre de 2007 en el club Rosario Central. Llegó a disputar tres partidos y formó parte ese año de una gira por Estados Unidos. Jugaba de 10, como Diego Maradona. La habilidad con la pelota la demuestra todas las tardes a partir de las 14 cuando los presos salen a jugar al patio. Dos años después de debutar en el primer equipo cometió un homicidio y fue detenido. Pertenecía a una banda narco conocida como Los Romero. Salió en libertad 2015 y volvió a jugar profesionalmente en otro club, Tiro Federal, de la segunda división. Solo duró dos meses en ese plantel porque volvió a la cárcel, con una condena a 13 años por otro crimen. “La droga y la muerte arruinaron mi carrera. Ya es tarde pero ahora quiero vivir tranquilo”, sentencia Berón.
 
Fuente: La Nación

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