¿Y... si compartimos unos mates?

Todos los días, desde hace más de treinta años, cumplimos con Hilda mi esposa, un rito casi “sagrado”: tomar mates a la tarde. Si dijera que esa cálida infusión es nuestra merienda, le estaría quitando la calidad y la importancia que realmente tiene. Verdaderamente es un momento muy especial.El encargado de esta agradable faena soy yo.

 

Así como conté alguna vez que administrar el dinero de la casa no es mi fuerte, preparar mates sabrosos y espumantes no es el don de Hilda. “¡Qué rico mate, no dejes de cebar!”, es el mejor elogio que puedo recibir de ella después de tanta dedicación.
 
 
Pero lo que realmente le coloca sabor a esos momentos es la comunicación, la charla íntima, la conversación enriquecedora.
 
 
Y después de contarnos todo lo que había para contar, abrimos la Biblia y le pedimos a Dios que nos hable haciéndonos siempre las dos clásicas preguntas: ¿Qué dice? y ¿Qué nos dice?
 
¡Cuántos consejos sabios, palabras de aliento y expresiones de amor he recibido de Hilda entre mate y mate! Saber que puedo abrir el corazón de par en par ante ella no tiene precio y tener la seguridad que todo lo que ella sugiera estará despojado de segundas intenciones, es maravilloso.
 
 
Yo he aprendido a valorar su fino discernimiento y ese don especial que poseen la mayoría de las mujeres que es tener los pies bien puestos sobre la tierra.
Ellas tienen la particularidad de ponerle sensatez al atropellado apasionamiento de los hombres. De inyectarle luz a muchos de nuestros descabellados pensamientos. De aplicarle frenos a locos impulsos. En una palabra, de aportar coherencia con cada consejo que nos regalan.
 
 
De allí la importancia de darles lugar, de valorarlas, de escucharlas con atención.
 
 
Los que no descubran la inmensa riqueza de unos buenos mates entibiados con una buena charla con la esposa, se están perdiendo el néctar de la vida.
 
 
A las cinco de la tarde pueden estallar los planetas, pero nada me impedirá preparar con cariño ese mate que me llevará a encontrarme con el más hermoso regalo que Dios me hace todos los días: nuestra mujer.
 
 
Fragmento de lo que escribí en mi libro “Agridulce”. El capítulo se llama: “El rito del mate”.Por Marcelo Laffitte
Editora del Sitio
"Te haré entender y te enseñaré el camino en que debes andar. Sobre ti fijaré mis ojos..."

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