Cuando el Señor te levante y te coloque en un sitio relevante, no escuches la opinión de los críticos de turno. Esa gente nunca estará de acuerdo con nada de lo que hagas, porque padecen la desgracia de la envidia.
Debes saber que las personas dirán muchas cosas, pero eres tú quien decide si dejas entrar o no esas palabras en tu vida. Eres tú quien elige poner filtros que te aíslen de palabras, personas y acciones que buscan dañarte.
La Biblia lo enseña: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida” (Proverbios 4:23).
Cuando la Biblia nos ordena guardar el corazón, nos está hablando de proteger la fuente misma de nuestra vida espiritual, porque lo que guardamos o dejamos entrar allí determinará cómo vamos a vivir, reaccionar y relacionarnos con los demás. Así como cuidamos una cisterna para que el agua no se contamine, también debemos poner filtros a nuestro interior: filtros para no dejar entrar la envidia, el resentimiento, la inseguridad o las palabras hirientes de quienes critican.
Si permitimos que las palabras negativas de otros se instalen en nuestro corazón, ese manantial que debería fluir con paz, gozo y fe se enturbia. Pero si lo protegemos, el corazón se convierte en la fuente limpia de donde brotan decisiones sabias, actitudes nobles y pensamientos sanos. Jesús mismo dijo: “De la abundancia del corazón habla la boca”(Mateo 12:34). Por eso, cuando guardamos el corazón de la crítica y de la envidia, nuestra vida entera refleja pureza, fuerza y dirección divina.
Los críticos de turno siempre tendrán palabras negativas para quienes prosperan.
Si tienes una casa humilde y conduces un auto viejo, comentarán con ironía: “Se nota que anda mal espiritualmente”. Pero si el Señor te levanta y te prospera, dirán: “Vaya uno a saber en qué andará metido para haber subido tan alto”. Por eso, si las cosas te van bien, no te sorprendas cuando arrecien los malos comentarios. Eso pasa en todas partes, está en la naturaleza humana.
Incluso algunos cristianos no logran cumplir el consejo del Señor: “Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran” (Romanos 12:15).
La primera parte la cumplen; la segunda, aunque se esfuerzan, no les sale.
La envidia no solo daña al prójimo: destruye por dentro al que la siente.
La Escritura lo dice con claridad: “El corazón sosegado es vida de la carne; mas la envidia es carcoma de los huesos”(Proverbios 14:30). Por eso, la persona envidiosa necesita reconocerlo como pecado, confesarlo y renunciar en el nombre de Jesús. Y hacerlo todas las veces que se sorprenda envidiando o criticando a otros.“Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”(1 Juan 1:9).
Que nunca nos falte la gracia de Dios para alegrarnos del bien ajeno y recordar que la verdadera prosperidad viene del Señor: “La bendición de Jehová es la que enriquece, y no añade tristeza con ella”(Proverbios 10:22).