¿Estás herido por los éxitos ajenos?

¿Sabías que la envidia no es un pecado inofensivo? La Biblia lo describe como algo más dañino y devastador que la ira y el furor, dos emociones de por sí muy destructivas. Lo dice de esta manera: “Cruel es la ira e impetuoso el furor, pero ¿quién podrá sostenerse delante de la envidia?” (Proverbios 27:4). Es innegable que todos nosotros, hemos sentido envidia cuando algún amigo o hermano ha recibido honores en lugar nuestro.

 

Cuando esto suceda, la actitud correcta es pedir perdón por esa maldad, renunciar a ese pecado en el nombre de Jesús y clamar a Dios que nos de amor por esa persona porque, como nos enseña la Palabra: “el amor no tiene envidia”. Y recordemos que si esa persona ha sido elogiada y reconocida ha sido por la voluntad de Dios.
 
Es indudable que se necesita mucha grandeza para gozarnos con los éxitos de otros, pero precisamente el desafío de la vida cristiana es manejarse con una muy alta tabla de valores.
 
Envidiar es una bajeza que no puede permitirse un cristiano porque con Cristo todo es alcanzable, todo es posible. “Envidiar es una declaración de inferioridad”, dice con gracia mi amiga Betty Orco.
 

Solo los espíritus superiores pueden reírse con los que se ríen. Enredarse en una lucha –y sobre todo dentro de la iglesia- para ganar posiciones es errar el blanco, es lamentable y vergonzoso.

Permítanme parafrasear a la Biblia: “¿Podrá el hombre, por más que luche, conseguir más reconocimiento?" Dejemos eso a Dios. Si a él le place dárnoslo, maravilloso, pero no dejemos que nos domine el ego. Nuestra vida no consiste en tener una posición, el propósito divino es llevarnos a través de un camino que nos torne más útiles para la misión del Reino. Y en ese proceso particular Dios puede privarnos de méritos o posiciones porque él sabe que quizás eso podría arruinar totalmente nuestro servicio para su gloria.
 
Muchas veces el Señor nos dice “no” y sencillamente nos invita a seguir caminando con Él en la humildad y el anonimato de un proceso que nos elevará. Ese “no” puede parecer una crueldad, pero no lo es. Es todo lo contrario: es un acto de amor de nuestro Dios, poque seguramente el “sí” podría dañarnos. Él ve todo el panorama, ve el presente y el futuro.
 
Debemos reconocer que todo lo que logramos o todo lo que se nos niega, es parte del plan de un Dios que nos cuida y que nos guía amorosamente.
 
“Pero si ustedes dejan que la envidia les amargue el corazón, y hacen las cosas por rivalidad, entonces no tienen de qué enorgullecerse y están faltando a la verdad. Porque esta sabiduría no es la que viene de Dios, sino que es sabiduría de este mundo y del diablo mismo. Donde hay envidias y rivalidades, hay también desorden y toda clase de maldad” (Santiago 3: 14-16 versión Dios habla hoy)
 
Por Marcelo Laffitte

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