La felicidad... está en Dios

En un mundo donde cada vez más personas persiguen “hacer lo que quieren”, se nos ha hecho creer que la felicidad depende de la libertad de elección, del placer momentáneo, o de la gratificación inmediata.

 

Pero la verdad bíblica va en otra dirección: la felicidad no se alcanza haciendo lo que uno quiere, sino queriendo lo que uno hace. La verdadera plenitud nace cuando lo que hacemos está alineado con nuestra identidad, nuestro propósito y, sobre todo, con la voluntad de Dios. Es ahí donde encontramos gozo duradero.
 
El rey David lo expresó así: “Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre” (Salmo 16:11). La felicidad no se busca en el placer, sino en la presencia de Dios y en cumplir su propósito en nuestra vida.
 
Hay personas que aparentemente “lo tienen todo”, pero están vacías porque lo que hacen no tiene sentido para ellas. Y hay otras que, aún con tareas humildes o sacrificadas, viven con un gozo silencioso, porque hacen lo que aman y saben que están donde Dios quiere que estén.
 
La felicidad no es un destino, es una manera de caminar.
 
Y hay una verdad sencilla, que muchos sabios han repetido, pero que en la luz de la Palabra de Dios cobra aún más fuerza: las personas felices suelen tener tres cosas en su vida: Algo para hacer, alguien a quien amar y algo que esperar. Veamos:
 
1. Algo para hacer
El trabajo, el servicio, el propósito. Dios nos hizo para ser fructíferos: “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas” (Eclesiastés 9:10). No fuimos creados para la ociosidad ni para la rutina vacía, sino para desarrollar los dones que Él nos dio. El sentido del deber bien ejercido trae gozo al alma.
 
2. Alguien a quien amar
El amor verdadero —hacia la familia, los hermanos en la fe, los amigos, y sobre todo hacia Dios— da profundidad a nuestra existencia. “Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” (1 Corintios 13:13). Sin amor, la vida se vuelve estéril. Con amor, incluso las dificultades se vuelven llevaderas.
 
3. Algo que esperar
La esperanza es el ancla del alma (Hebreos 6:19). Quien ha perdido la esperanza, ha perdido el horizonte. Pero el creyente nunca está sin esperanza, porque espera en Aquel que no falla. “Bendito el hombre que confía en el Señor, y cuya confianza es el Señor” (Jeremías 17:7).
 
Recuerdo a una mujer mayor, sencilla, que limpiaba la iglesia cada semana con una dedicación que llamaba la atención. Un día alguien le preguntó por qué lo hacía con tanta alegría, y ella respondió: “Porque esto es lo que me asignaron para hacer y lo hago como para el Señor, y mientras limpio, oro por cada persona que se va a sentar en estas bancas. Y, además, sé que mi galardón está en el cielo”.
No tenía grandes títulos ni reconocimiento, pero era inmensamente feliz. ¿Por qué? Porque amaba lo que hacía, amaba a su prójimo, y vivía con esperanza.
La felicidad no se compra ni se alcanza con logros externos. Se cultiva dentro, cuando vivimos con propósito, amor y esperanza.
 
No se trata de tenerlo todo, sino de vivir en plenitud con lo que Dios nos ha dado.
No busques la felicidad en el mundo.
Búscala en el corazón del Padre. Ahí, siempre la vas a encontrar.
 
Por Marcelo Laffitte

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