El llegar a la meta, no justifica tomar cualquier camino
Detalles
By Monica
Monica
En la vida, todos tenemos metas: sueños que anhelamos alcanzar, logros que nos proponemos conquistar. Ya sea formar una familia, tener una carrera exitosa, servir a Dios, o dejar una huella en el mundo, los objetivos tienen su valor. Pero hay una verdad más profunda que a menudo se nos escapa: no son los objetivos en sí lo que define nuestra vida, SINO EL CAMINO que elegimos para alcanzarlos.
Muchos en el mundo moderno viven enfocados en “llegar” sin considerar cómo están caminando. Justifican cualquier medio con tal de alcanzar el fin, incluso si ese medio contradice los principios del Reino de Dios. Pero Jesús nos enseñó otra cosa. Él no sólo nos marcó un destino —la vida eterna— sino que nos mostró el camino para llegar allí. Y ese camino no es cualquiera, es Él mismo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6).
El problema no es querer llegar lejos, el problema es si para hacerlo torcemos el camino. ¿De qué sirve alcanzar un éxito humano si lo hicimos alejándonos de la voluntad de Dios? ¿De qué sirve “ganar el mundo entero” si perdemos nuestra alma en el proceso?(Marcos 8:36).
El camino importa, porque es allí donde se forma nuestro carácter, donde se prueba nuestra fe, donde se revela si somos íntegros o simplemente ambiciosos. Dios no nos evalúa solo por el resultado, sino por el corazón con que andamos cada día. El salmista oraba diciendo: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos” (Salmo 139:23). Ese es el clamor de alguien que sabe que el "cómo vivimos" importa tanto como "lo que logramos".
Recordá que hay caminos que “al hombre le parecen rectos, pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 14:12). No todo lo que parece bueno a nuestros ojos es aprobado por Dios.
Por eso, necesitamos vivir atentos, pidiéndole al Señor que nos guíe: “Hazme entender el camino de tus mandamientos… Guíame por la senda de tus mandamientos, porque en ella tengo mi voluntad” (Salmo 119:27,35).
La vida cristiana no es una carrera de resultados inmediatos, sino un andar de obediencia diaria. El apóstol Pablo dijo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (2 Timoteo 4:7). No mencionó los logros, sino la fidelidad al camino.
Si caminás con Dios, aunque no llegues donde pensabas, llegarás donde Él quiere. Y eso es lo que importa. Porque en la vida cristiana, el éxito no se mide por lo que alcanzamos, sino por lo que obedecimos. No se trata de cuántos sueños cumplimos, sino de si caminamos de la mano del Señor cada día.
El sueño de mis padres era que yo fuera médico, estudié tres años, pero terminé dejando porque la vocación de periodista latía más fuerte. Durante un tiempo me sentí fracasado. Sin embargo, Dios me llevó por otro camino: terminé estudiando Periodismo y eso me permitió ayudar a mucha gente a través de la palabra escrita. Me dolió defraudar a mis padres, pero estoy exactamente en el lugar que Dios quiere. Y creo que ese es el verdadero éxito.
Que tu oración no sea sólo: “Señor, ayúdame a lograr mis metas”, sino también:“Señor, muéstrame si estoy yendo por el camino correcto. Que no me desvíe ni a derecha ni a izquierda, sino que te honre en cada paso que doy.”