Amar es entrar en la necesidad del otro

Hay muchas definiciones sobre “amar”, pero para mí la más precisa es la que dice simplemente: “Amar es entrar en la necesidad del otro”. “Nadie escucha a Dios si tiene los pies fríos, dolor de muelas o el estómago vacío”. Esto lo dijo un hombre que ya en el siglo pasado entendía claramente lo que Jesucristo pretende de los cristianos. Se llamaba William Booth, fundador de ese ejército de la misericordia que es el Ejército de Salvación.

 

Si los evangélicos invirtiéramos por partes iguales todo el dinero que se usa en programas de radio y televisión, las invirtiéramos en “campañas de misericordia”, otros serían los frutos en términos de personas ganadas para Cristo y de imagen ante la sociedad.
 
Hoy tenemos infinitas posibilidades de ayudar: hay gente muriéndose de hambre, con frío, con dolor en sus almas.
 
Los cristianos hemos sido convocados por Dios para ser un pueblo distinto, un pueblo que se rebele contra la insensibilidad de una sociedad cada vez más ocupada en el “yo”.
 
“Cuando me bajé del auto en aquella madrugada fría y tapé a aquel niño con mi propia ropa, sentí una comunión con Dios como nunca había experimentado...ni en grandes cultos o congresos”, dijo un taxista cristiano de Buenos Aires.
 
Ni bien uno traspone el umbral de la salvación, ya contrae un compromiso con el hombre, con los demás.
 
Esa es la palabra: “compromiso”. Para poder estar registrado “legalmente”en los cielos y tener una credencial acreditadora, un cristiano debe sentir dolor en el pecho por los que sufren.
 
Muchos creen que, si no faltamos a la iglesia, si leemos la Biblia y oramos un poco, ya está.
 
Falta algo muy importante, recordar lo que Dios dice: “No hay mandamientos mayores que estos: amar a Dios y amar a la gente”. (Mateo 22: 36-40)
 
Por Marcelo Laffitte
 

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