En el transcurso de la vida, como seres humanos, desde pequeños, tenemos la tendencia a unirnos a personas con los mismos gustos, sentimos preferencia por determinada persona y por consiguiente nos vamos rodeando de un grupo de amigos.
Muchas veces, por diferentes razones, vamos perdiendo el contacto o la persona cambia, o nosotros modificamos algo y se van espaciando los encuentros y generando nuevos grupos de nuevos amigos, aún en muchos casos, con algunas sentidas y sobradas decepciones, que en muchos casos cuesta sanar.
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Tal vez deberíamos entender que uno da lo que tiene adentro y no evaluar a los otros, en la medida que nosotros damos o somos. Uno siempre piensa, pero si éramos tan amigos, pero si comíamos juntos, si yo me comporté siempre bien con él o ella, nos preguntamos ¿por qué se comportó así? Duele el saber que nuestros amigos del pasado de alguna manera cambiaron y ya no somos amigos. ¿Cuesta? siii y mucho.
Y son esas decepciones, esos dolores, los que nos van mostrando que el único amigo que siempre estará es Jesús. Y más si estás en algún problema o enfermedad, Él está allí.

Jesús es mi Mejor Amigo porque Él es siempre el mismo.
La amistad de Jesús es siempre incondicional, nunca falla, ¡nunca falla! Y siempre cumple con lo que afirmó a sus discípulos: “Nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos”.