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Testimonio: una doctrina olvidada, la restitución

Un hermano que nos había perjudicado en una considerable suma de dinero llamó a nuestras oficinas para decir que estaba arrepentido de habernos estafado y que sentía un profundo dolor por aquella acción. Esa llamada nos alegró. No solo porque se abrían posibilidades de recuperar el dinero perdido, sino también por el hermano, que parecía haber reflexionado sobre su error y, con humildad y valentía, se aprestaba a enmendarlo. Sin embargo, su actitud quedó inconclusa, pues a su arrepentimiento le faltó algo fundamental: la restitución, es decir, devolver el dinero. Ante nosotros, y especialmente ante Dios, su acción no tuvo ningún valor, y todo quedó exactamente igual. Él sigue siendo un engañador.

La restitución no es una palabra inventada por la justicia humana. El acto de restituir no es una ocurrencia de los abogados; es un mandato de Dios. Es una instrucción de nuestro buen Padre para volver a ordenar lo que se había desordenado. Es el camino para que el estafador recobre su honor y, sobre todo, tenga la posibilidad de restablecer una nueva y limpia relación con Dios.

Casi nadie habla en las iglesias sobre la restitución.

Poco se enseña acerca de esta verdad tan liberadora, y hoy, lamentablemente, es como una doctrina olvidada.

Como dice Dios: “No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día de reposo, al convocar asambleas, no lo puedo soportar; son iniquidad vuestras fiestas solemnes. Vuestras lunas nuevas y vuestras fiestas solemnes las tiene aborrecida mi alma; me son gravosas; cansado estoy de soportarlas. Cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando multipliquéis la oración, yo no oiré; llenas están de sangre vuestras manos. Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, RESTITUID al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda” (Isaías 1:13-17).

Y luego aclara el Señor: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta; si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueran rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1:18).

¡Cuántas oraciones, reuniones, diezmos, tiempo y alabanzas en vano si no se ha entendido la restitución que Dios demanda! ¡Todo en vano!

Ezequiel 33:14-15 también es contundente sobre este tema: “Si el impío se aparta de su pecado y hace lo recto y justo, SI RESTITUYE la prenda, DEVUELVE lo que ha robado y camina en los estatutos de la vida, no haciendo iniquidad, ciertamente vivirá y no morirá”.

Restituir. Un pequeño verbo. Parece una insignificancia, pero no lo es. Ninguna de las leyes de Dios es una pequeñez.

Todos cometemos errores en algún momento de nuestras vidas, y el Señor nos conoce mejor que nadie. Por eso ha establecido oportunidades de restauración.

Siempre digo que el cristiano es como un equilibrista de circo que camina por una cuerda en las alturas.

La diferencia, a nuestro favor, es que nosotros podemos caernos sabiendo que abajo nos espera una red: la infinita misericordia de Dios.

Basta con pedir perdón, restituir, apartarnos de aquello que nos hizo caer y… ¡volver a levantarnos!

por Marcelo Laffitte

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