En el mundo físico, el crecimiento de las personas es algo que se da naturalmente, casi sin nada de nuestra intervención. Ahora, en el mundo espiritual sucede una realidad absolutamente diferente. Aquí no se adquiere la madurez por el solo paso del tiempo. Se requiere un decidido esfuerzo personal para cultivar una relación continua con quien precisamente produce el crecimiento, es decir Dios.