La pequeña zorrita llamada envidia

Dos mujeres conocidas confesaron a Hilda y le pidieron perdón por “la envidia que siempre le tuvieron”, según sus palabras. Fue hace un buen tiempo y fue una gran desilusión, pero a la vez valoró la sinceridad de ellas.
 
 
Compartí un mensaje en la Iglesia Anglicana de Buenos Aires, al que titulé “Dos pecados menores…no tan menores”. Y hablé sobre el pecado de la envidia, por un lado, y del pecado no confesado por otro. Hoy quiero referirme al primero. En algunas versiones de la Biblia, a la envidia se la llama “celos”.
 
 
Creo que la gran mayoría de los creyentes le adjudican muy poca importancia al pecado de envidiar. Sin embargo, la Palabra de Dios dice cosas fuertes de “esta zorrita destructiva”. Proverbios 27:4 se pregunta: “¿Quién podrá sostenerse delante de la envidia?” Y el sabio Salomón advierte en Prov. 14:30 que “la envidia es carcoma de los huesos”.
 
 
¿Qué es tener celos? Es envidiar a alguien que tiene algo que nosotros no tenemos y que por momentos desearíamos que ese bien se le quitara y pasara a nuestro poder.
 
¿Qué demuestra el hecho de ser envidiosos? Que somos personas carnales. No lo digo yo. 1 Corintios 3:3 afirma: “Pues habiendo entre vosotros celos… ¿no sois carnales?”
 
 
¿Qué otra cosa indica la envidia en una persona? Que no estamos conformes con lo que Dios nos ha dado.
 
La Biblia nos enseña que el cristiano con emociones sanas debe vivir en un estado de contentamiento, que significa estar satisfechos y agradecidos a Dios con lo mucho o con lo poco que tenemos. Contentos con la humilde casita que habitamos, con el viejo auto que nos lleva y nos trae del trabajo, contentos con la altura, con los ojos y con la personalidad que tenemos…
 
 
La envidia puede cobrar características muy destructivas: jovencitas que sufren cortes en el rostro por parte de otras que le envidian la belleza y que los diarios muestran muy seguido. Y el propio José casi pierde la vida cuando sus hermanos, por envidia, le prepararon una trampa ¡para matarlo!
 
El punto correcto es el que nos enseña el Señor en su Palabra: “Llorar con el que llora y reír con el que ríe”.
 
 
 

Sin embargo, alguien dijo, no sin algo de razón: “No cuentes muy fuerte tus triunfos, porque la envidia tiene el sueño liviano”.

 
Cuando sienta envidia recuerde estos tres verbos: Pedir, Renunciar y Clamar.
 
 
 
Pedir perdón al Señor, renunciar a ese pecado en el nombre de Jesús y clamar para sentir amor por esa persona, porque “el amor no tiene envidia” (1 Cor. 13:4). Y Dios lo sanará.
 
Por Marcelo Laffitte

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