Carta a un hermano herido por la iglesia

Querido hermano, querida hermana:
No sé tu nombre, ni la ciudad en la que vivís. Tampoco sé en qué iglesia estuviste, ni cuál fue la herida que te empujó hacia afuera. Pero sí sé lo que se siente llevar en el alma un dolor que no debería venir desde adentro del cuerpo de Cristo.

 

Sé que, quizás, fuiste ignorado cuando necesitabas ser escuchado.
Sé que esperabas gracia… y encontraste juicio.
Sé que fuiste sincero… y recibiste sospechas.
Sé que fuiste herido por personas que predicaban amor, pero practicaban otra cosa.
Y lo lamento. De corazón.
 
Hay cosas que nunca deberían pasar en una iglesia. Pero pasan. Porque hay hombres y mujeres, no ángeles. Porque hay líderes cansados, hermanos inmaduros y estructuras enfermas. Y porque a veces, sin darnos cuenta, generamos heridas en nombre de Dios. Pero quiero decirte algo con la autoridad que me da haber vivido —y sanado— más de una herida dentro del “pueblo de Dios”: No fue Jesús quien te lastimó.
 
No lo confundas. No pongas su rostro en el de quien te decepcionó.
No dejes que el error de un grupo te robe el amor de Aquel que nunca falla.
Recordá siempre lo que dice la Palabra: “Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová me recogerá.” (Salmo 27:10)
 
Quizás hoy no querés entrar a un templo. Lo entiendo. Pero no cierres tu corazón a Dios. Él no está atado a un edificio. No necesita luces ni micrófonos. Sabe dónde estás. Sabe cuánto dolió. Sabe cómo sanarlo. Y si algún día te animás a volver…(eso sería bueno) buscá un lugar sano, sencillo, lleno de misericordia.
Dios tiene casas nuevas para corazones rotos.
 
Y aún quiere usarte, aún quiere abrazarte, aún te llama “hijo”, aún te llama “hija”. Porque no sos el error de otros. Sos la obra maestra de Dios.
 
Con esperanza y afecto…Marcelo Laffitte

Suscríbete a nuestro boletín de novedades

Te vamos a comunicar lo más destacado.
Solo una vez por semana te enviaremos notas seleccionadas de nuestra web.