Si leemos en las escrituras Éxodo 3 del 2 al 22 es cuando Dios se presenta ante Moisés, muestra Su poder y le da un mandato. Moisés trata de disuadir al Señor con varias excusas, pero el Gran Yo Soy le marca el camino, le dice lo que debe hacer, lo que sucederá y aun, que volverán al mismo monte cuando salgan.
Lo llamativo en este pasaje está graficado en el versículo 6: “Y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios”.
Moisés había sido criado por su madre biológica hebrea, había compartido sus costumbres y hasta había defendido a un hermano que estaba siendo castigado, al punto de matar al egipcio. Pero no conocía a Jehová. No había tenido un encuentro con El Gran Yo Soy.
Pero si miramos unos pasajes más adelante, en Éxodo 34:29 “Y aconteció que descendiendo Moisés del monte Sinaí con las dos tablas del testimonio en su mano, al descender del monte, no sabía Moisés que la piel de su rostro resplandecía, después que hubo hablado con Dios.”
Era el mismo Dios, pero ya no el mismo Moisés.
En el transcurso de su estadía en Egipto y todo lo acontecido allí, los prodigios, milagros, pero, sobre todo, el subir al monte a buscarlo, había desarrollado una relación con Jehová tal que lo conocía, hablaba con Él y aun su rostro resplandecía, porque nadie puede quedar igual luego de un encuentro con Dios.
Si Moisés lo hizo, ¿qué impide que vos y yo tengamos esa misma relación con nuestro papito del Cielo?
Inténtalo, el Gran Yo Soy te está esperado, con propósito y asignación, pero sobre todo con su profundo amor.
La palabra finaliza diciendo en Hebreos 4:16 "Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro".
De la Redacción de Encendidosporelespiritu
